DEJA VU
Ajuste, inflación, caída del
consumo y desempleo. Protestas y represión. Y luego más ajuste, más represión y
así…Todo eso envuelto en un inocultable clima de deja vu. Mientras tanto, y
como si nada, ellos auguran estabilidad y crecimiento. Yo no lo creo, pero una
mitad de los habitantes de este país lo cree a pie juntillas. Ya pasó otras
veces y al ciudadano común sólo le llegaron las consecuencias del ajuste. Los
liberales hicieron esto muchas veces y siempre terminó igual: ajuste:
desempleo, inflación y caída del consumo; protestas y represión Y otras tantas veces
volvieron a presumir de serios. Ellos y su masa de votantes que siguen
convencidos de que son la verdad y el
cambio. Déjenme decirles que ellos (1)
son los incorregibles.
No terminé de elaborar la derrota
del dos mil quince. Ni la súbita deflación de lo que parecía un movimiento
importante que no pudo resolver su sucesión. Pero la maquina política sigue
adelante. Y estos tipos lo están haciendo de nuevo. Por eso que quiero hacer
una pausa para pensar un poco. No me sirven las consignas militantes que apelan
a una fe que no dispongo. Ni puedo refugiarme en el cinismo desencantado o “apolítico”.
Me enoja el calificativo de “chorros” con el que nos tapan la boca, nada menos
que éstos tipos que corrompen todo desde mucho antes de la aparición del Kirchnerismo.
Pero, más allá de contestar mentalmente al “chorros” con “garcas”, tampoco
encuentro otra respuesta. No me sirve de mucho decir que desde siempre la
política se financió con los favores del Estado; empezando por el actual presidente
cuya fortuna le debe casi todo al método. La máxima cínica, “roban pero hacen”, es inaceptable. Y no es menos
cínica la respuesta que lo deriva a la justicia para su resolución. El aparato
judicial está podrido hasta el hueso, por miedo o por plata, y no creo que nos
permita encontrar una repuesta.
La conversación política se
polarizó durante la década K cuando comenzaron a trazarse las dos posiciones
que hoy se caracterizan como “La Grieta”. Antes, esa conversación estaba dominada
por la abulia apolítica de la clase media, identificada a los gustos del
capital. Abulia apoyada en una creencia central en ese campo: que las reglas
del sistema son económicas e inexorables y mejor que nadie se meta con eso. Después
de todo, los perjudicados son otros.
En el otro extremo se encontraba
el pesimismo iluminado de la izquierda, afectado por la
experiencia de la violencia. Pasmados ante la encrucijada de la acción
directa o la protesta sin política. Ninguno de esos dos extremos permitía el
avance del proceso político. Avanzaba sí, en sus pretensiones, lo que genéricamente
llamamos “la derecha”, y aun así debía imponer su ambición mediante golpes de
estado.
Y también avanzaba, aunque de
manera intermitente, lo que voy a llamar el Peronismo consolidado, al que creo
necesario distinguir del Kirchnerismo. Ese peronismo tradicional se instaló
como un intermediario altamente eficaz entre
el capital y el trabajo. Su aparato político – gremial fue el agente de la
mayor parte de las transformaciones sociales producidas en el país. En ellas pueden
reivindicarse una larga lista de conquistas populares. Pero también una larga
lista de defecciones, cuyo acmé se alcanzó en tiempos del Dr. Menem.


Ese fenomenal aparato de
influencia hundió sus raíces en todas las áreas estructuradas alrededor del conflicto
entre capital y trabajo (salud, legislación laboral, régimen previsional y
recreación) convirtiéndose en el camino ineludible para cualquier experiencia
política. Pero los adherentes a este movimiento conservan una reserva respecto
de su filiación, porque ese movimiento tocó los resortes del reparto de bienes
y perjuicios sobre el que asienta el sistema de creencias que funda lo
político. Y eso no se hace sin consecuencias. Más allá de los hechos de
corrupción que seguramente hubieron (las cajas de los sindicatos por ejemplo)
el mote de chorros proviene de haber tocado ese fondo.
El ensayo Kirchnerista partió de
su corazón, aunque su diferenciación posterior descolocó la estructura política
de ese aparato. Y diría más, aunque con todas las reservas, ya que no tengo la
formación histórica o política que me habilite a decirlo, pero creería que la
distancia que tomó el Kirchnerismo de ese aparato, fue lo que habilitó a la
derecha neoliberal – a su turno - a soltarse de él. Pero todos perdieron pié. Y
salvo Cambiemos, que ahora avanza liderando la agenda al mejor estilo
Kirchnerista, los demás están viendo donde volver a pararse.
El Kirchnerismo introdujo la
novedad de probar un cambio en el régimen de reparto desde el estado mismo. Y
avanzó; aunque con ello cometió una falta imperdonable para todas las creencias
políticas. Para la izquierda porque el estado es considerado como la
consolidación de las fuerzas hegemónicas y toda su política es presionarlo
mientras difieren sus promesas para cuando el pueblo tome las calles y obtenga
por fin “lo que es suyo.” A derecha, porque el estado era – y es - el obstáculo
a la regencia absoluta del mercado. Pero la acción del Kirchnerismo también
perturbó la mediación que ejercía el peronismo tradicional. El ensayo
Kirchnerista acertó en las expectativas de un amplio sector que encontró en él una
superación de las opciones clásicas. De ahí que la izquierda, el peronismo
tradicional, y la derecha liberal, compartan el odio al Kirchnerismo. Esto ya
es un obstáculo mayor a cualquier prosecución de la conversación política. Al Kirchenrismo
se le niega la condición de un participante en dicha conversación y muchos
querrían verlo demonizado y anulado completamente.
Por otra parte, la conversación
política* está hoy tomada por los medios de comunicación, quienes, además de
superar en capacidad de influencia a cualquiera de los otros aparatos, disponen
ahora del negocio de vender indignación. Al menú de crímenes y famosos
miserables agregaron la discusión destemplada o el debate “educado” que enseña
modales democráticos. Debo decir que me tienen repodrido y más en tiempos de
campaña. Pero como insisto, no me conmueve la arenga, ni me cabe el descreimiento,
me pregunto: ¿es posible reanudar la conversación política? ¿O ya quedó
atascada y ahora hay que esperar a que alguien encuentre el camino?
Me siento más inclinado a creer
que la conversación está, por ahora, clausurada. Ha entrado en un callejón sin
salida a cuyas razones habría prestarle más atención. En ese callejón todas las
opciones políticas se reducen a dos bandos empeñados en encontrar la chicana, o
la noticia más eficaz, para herir moralmente al otro. Y ese empeño por tocar el
ser del otro para aniquilarlo se llama odio. Ningún progreso de la conversación
puede esperarse en ese punto. Y creo que llegamos hasta ahí no sólo por el
devenir de las distinciones políticas. Estas, es cierto, se trazan en esa
sustancia que, por ahora, voy a llamar moral, porque no encuentro otro nombre más
eficaz. Pero la oposición en el odio está más ligada al modo en que nuestras
creencias son modeladas por el universo comunicacional. Este complejo aparato
nos “informa” del mundo y es en relación con él que creemos lo que pasa. No es
sólo una creencia en el sentido religioso del término, que requiere siempre un
suplemento de fe. Aquí le otorgamos credibilidad a una noticia y en función de
ella tenemos la íntima convicción de que ocurre. Y más aún, eso es lo que queremos que ocurra porque así
convalidamos nuestra íntima convicción. No queremos saber otra cosa que lo que
queremos saber. Hoy a eso le llaman pos verdad. Encontré una definición que me
gustó y la cito (1): “Según nos informan
los medios de comunicación, nos hallamos inmersos en la era de la pos verdad,
neologismo oficializado por el
‘Diccionario Oxford’. Viene a significar que la opinión pública tiende a
moldearse en base a las creencias
preconcebidas de cada individuo, es decir, a sus ideales, a la evocación de sus
sentimientos y a la exaltación de sus emociones, en detrimento de los hechos objetivos e
inequívocos.”
Y aquí introduzco una hipótesis
muy arriesgada, no sólo porque carezco de formación para hacerlo y ello me
expone al rechazo de propios y ajenos, sino porque no es más que un ensayo que
busca aplicar un concepto importado de otro campo**. La hipótesis es que el
límite al progreso está dado, no por lo que queremos saber porque refuerza
nuestras convicciones, sino por el rechazo radical de aquello de lo que no queremos saber nada. Y esto
es válido no sólo para el Kirchnerismo, sino para todos los que participan de
la conversación política. Este “no querer
saber nada” me parece tan importante que me pregunto si no es el verdadero
motor de la política. Ahora bien, esa negación radical habilita a los otros a suponer lo que se esconde en ella. Y
aunque no es más que una suposición funda las creencias que alimentan toda la
conversación política. Por ejemplo: yo creo saber lo que la clase media rechaza
y oculta bajo su indignación destemplada (siempre son inocentes). Y creo que
trata de la complacencia íntima e inconfesable con el ajuste y la represión
(incluidas las muertes). Y supongo de qué no quiere saber nada la izquierda y
es de su oscuro rechazo al poder (por eso no tienen corruptos) que esconden
acentuando la denuncia y la movilización. Cambiemos no esconde nada porque es la
acción misma a cielo abierto. Pero de lo que no quiere saber nada es que haya
límites a su acción, políticos o legales. Rechazan que la ley sea un límite a
su poder, puesto que la república fue fundada por ellos para perpetuar sus
intereses. Y más profundamente aún, que su sistema requiere un excluido, y ello
va más allá de la explotación de su fuerza de trabajo. Nostalgia de la
esclavitud, goce de la sumisión ajena, llámenlo como quieran.
El peronismo tradicional también
es una fuerza franca. Me refiero a que su ambición suele estar a cielo abierto.
Saben que a al nivel de los intereses las diferencias se borran y tallan sólo las
conveniencias. Pero de lo que no quieren saber nada es de que, en política, no
se trata sólo de intereses descarnados que igualan a pobres y ricos. Lo que se
juega es una forma del valor que no se funda en el dinero o la fuerza y cuya
discusión implicaría ir más allá de los despachos reservados donde se deciden
las cosas (el lugar del lujo en el peronismo podría ser una buena puerta de
entrada a este tema).
Pero me pregunto: ¿de que no
quisimos saber nada, nosotros, los Kirchneristas? Y ya deben estar haciendo
fila para contestarme. Porque eso, de lo que no queremos saber nada, es lo que nos
vuelve del otro de la política, ¡pero como insulto! De ahí que cuando la
conversación entra en este callejón sin salida sólo se oyen injurias de un lado
y del otro.
Y creo que de lo que no quisimos saber
nada, es que el cierre que clausura el fondo de la política no se toca sin
consecuencias. Y ese fondo clausurado no es otra cosa que el valor que rige el
reparto de bienes y perjuicios. Ese valor que Cambiemos muestra de manera
obscena, y más desde que está envalentonado con el apoyo de esa mitad del país
identificada a los gustos y modales de los beneficiarios “tradicionales” del reparto.
La “fiesta”, como le llaman, y a quién le toca pagarla. Las identificaciones
más profundas de la ciudadanía asientan en el lugar que cada quién se asigna en
esa fiesta. Desde los que miran de afuera, pero opinan, porque así parece que
saben de qué se trata, y hasta podrían ser parte de la fiesta; hasta los que se
excluyen porque la fiesta no es para ellos. Los primeros son numerosos, y
además rigen el destino de la política, ya que su consumo de modales y gestos
lo obtienen en los medios de comunicación, que les venden el parecido con los
verdaderos poseedores de ese fondo. Y de paso los medios fabrican el
sentimiento de realidad conforme a los intereses del capital.
Los segundos están confinados en
sus lugares, no sólo porque las barreras económicas les impiden una mejor
posición en el reparto, sino porque las barreras estéticas (en el sentido
fuerte de la palabra) tejen un muro de modales y gestos que indica lo que es
para ellos y lo que no deben tocar nunca.
Y si lo hicieran no harían más que subrayar su lugar. (Una cartera de Louis
Vuittón “no debe” usarla cualquiera)
Y podríamos llamar obscenos, a
quienes detentan los emblemas de ese valor. Pero ellos, al menos en
Latinoamérica, sin los otros dos no sabrían ni de que gozan.
Ese fondo es esencialmente
corrupto porque allí la ley queda en suspenso. Para los que llegaron hasta ahí y
fueron reconocidos, o para quienes recibieron la posición por herencia, la ley tiene
cierto carácter secundario, porque esa forma de acceso a los bienes es anterior
a ella. El asunto merece un estudio más serio, pero creo que ese estado respecto de los
bienes y perjuicios es lo que los juristas llaman posesión y que es una
relación al bien anterior a la ley. Esta, a su turno, no hace más que
consolidarla y dotarla de una justificación institucional.
Ese fondo está cerrado y abrirlo no
es asunto de veleidades políticas. Hace falta otra cosa que consignas
libertarias o discursos encendidos. Ese fondo no es un asunto jurídico, a pesar
de que la ley se funda sobre él. De allí que pretender tocarlo encienda los más
enconados resentimientos. Nosotros no quisimos saber nada de eso. Creímos que
bastaba con un liderazgo fuerte que avanzara y que el resto de la sociedad
reconocería el gesto y se sumaría espontáneamente. Creímos que, tenencia y posesión,
eran sinónimos, pero con ello revelamos que sólo éramos parte de los mirones de
la fiesta y que nunca entendimos ese fondo oscuro. El Kirchnerismo es
esencialmente un movimiento de una parte la clase media argentina, que sienten cierta incomodidad con sus privilegios y quisieran un destino más igualitario para ese fondo. Por otra parte, ese no querer saber nada también vale para nuestros
corruptos, que confundieron posesión con apropiación, y entraron como si nada.
Ahora pagamos las consecuencias.
La dictadura no fue otra cosa que
la materialización obscena de ese fondo coagulado. Los militares también
creyeron que, como se creían anteriores a la patria, detentaban la posesión.
Craso error. Ellos tampoco poseían. Pero consiguieron instalar el miedo que
retorna en nuestros días y que hace que cualquier aprendiz de patroncito nos
haga callar la boca con el mote de chorros.


Sea lo que haya sido el
Kirchnerismo tiene pendiente elaborar las premisas de su posición para
orientarse en lo que sigue. Y lo que es más importante aún: distinguir el
impulso que lo motoriza de su conducción. Hasta el dos mil quince ese impulso
estuvo indisolublemente ligado al carisma de sus figuras centrales: Néstor y
Cristina, a quienes llamo por sus nombres de pila como muestra del afecto que
aún me despiertan. Luego del dos mil quince, esa mezcla de impulso y conducción
ya no fue posible reanudarla sin más. En parte porque se asentaba en una idealización
que el rencoroso ataque mediático y judicial impidió reponer. Pero también
porque el movimiento se encontró con sus límites y eso no se resuelve
disolviéndolos en el liderazgo carismático de Cristina ni de ningún otro.
Ahora bien, elaborar los límites
al progreso del Kirchnerismo es la tarea central hacia el interior de ese
movimiento en pos de definir su campo y su forma. Ello no va a obtenerse
reivindicando los logros. Ya lo intentamos. Y pese a recitar largas listas de
objetivos cumplidos nunca se obtuvo ningún reconocimiento. Al contrario, enervó
todavía más el odio que busca borrar del mapa al Kirchnerismo y retornar al
estado previo. Pero no va a ocurrir – volvamos o no - la distinción trazada no
tiene retorno. Ahora esto es muy distinto de encontrar su progreso y su forma.
Pero todavía hay que encontrar
que hacer. No sólo para ponerle un límite a estos tipos (y al ansia de
represión de sus votantes) sino para disputarle la conversación a los medios.
Encontrar un hacer que reponga la conversación efectiva (sin ninguna apelación
a la unidad de los argentinos por favor) porque si la conversación queda abolida se
hará más presente el fondo oscuro y violento de la política.
José Luis Tuñón
* La conversación es un campo amplio que abarca desde el magazine de la
televisión hasta la cola del banco o, y lo más grave, la cena entre amigos o el
domingo familiar. Y en esa conversación, que no es banal, se juega el destino
de los enunciados en cuyo marco se tomarán las decisiones políticas. Aún con un
gobierno que se desestime las opiniones ciudadanas todas las decisiones que se
tomen se harán más o menos dentro del marco de esos enunciados. Nunca como en
este gobierno vimos cómo se prueban enunciados para violentar su resultado.
(1) “Los peronistas no son ni malos ni buenos, son incorregibles” es
una frase atribuida a J.L.Borges.
Me gustó leerlo. Gracias por pensar... Abrazo
ResponderEliminarGracias Pablo! Abrazo y buen año!
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