EL COSO Y EL COSITO

 


"DAS KÁPITAL" Cerámica, piedra, mármol. 
40 x 18 x 20 cm. 2023

El arte frente a la expansión de lo literal                            

 

Texto presentado en CERCANÍAS, un encuentro de las galerías de la red CUERO realizado en Rada Tilly el pasado sábado dos de diciembre del dos mil veintitrés.

 

Los que frecuentamos las ferreterías conocemos ese cartel dirigido al cliente que viene a buscar el “coso” que entra en el “cosito”. El cartel ruega traer el coso para verificar si se corresponde con lo que se pide. Suele ocurrir que el coso no entre donde se imaginaba. Valiéndome de mi potestad de artista puedo extender esta pequeña tragedia a otros ámbitos hasta postular que este es el verdadero motor del universo. Sólo hay que pensar en todo lo que se inventó para hacer coincidir el coso y el cosito: adaptadores, acoples, cajas de reducción, guías, empalmes engranajes y muchos más.

Eso por el lado de la mecánica, pero por el lado de la electrónica la invención de los semiconductores, por ejemplo, que permitió controlar el flujo de electrones entre el cosito y el coso convirtiéndolos en información codificada dando lugar nada menos que a toda la tecnología inteligente, incluido internet.

En neurobiología al cosito se le llama dendrita y al coso axón, y cuando encajan dicen que las neuronas “se comunican” unas a otras.

Pero lo que el ferretero quiere evitar es la película que le va a contar el cliente para conmoverlo y que tome esa piecita como un asunto de vida o muerte. Porque entre el cosito y el coso no solo se inventó lo que conocemos como tecnología sino también todas las historias que dan sentido al mundo que vivimos. Y en ese mundo de historias mucho más antiguo, mítico, todo apunta a propiciar la unión. Hace mucho que sabemos cómo rezar para que el cosito entre en el coso, y también para entrar en el corazón de la gente. Y de paso contar con abundantes justificaciones para cuando el encuentro falle, que es lo frecuente. Porque convengamos que falla más veces de las que funciona.

Se inventaron muchas cosas más, la ley, por ejemplo, y hacer que el cosito entre el coso porque lo establece una ley. Pero, como dice el refrán, hecha la ley hecha la trampa, lo indica que falla más veces de las que acierta.

En general las instituciones han sido los inventos más estables, aunque muy imperfectos para conseguir el acople. Piensen en el matrimonio, por ejemplo, que, como dice la sabiduría popular es como el submarino, flota, pero está hecho para hundirse.

De todas las instituciones que han intentado resolver esa tragedia hay una sola que ha quedado en pie. Y no es otra que el mercado donde se producen miles de millones de cosos y cositos que se venden a una escala demencial. Uno podría pensar que la noble función del ferretero es hacer de intermediario entre ese infierno y el anhelo inocente del cliente.

Pese a la evidencia de que el acople entre el cosito y el coso no funciona como se espera, el mercado los sigue produciendo en cantidades industriales. Pero lo más impresionante es que además se vendan servicios, o sea modos de hacer que el cosito entre en el coso, y se prometa, sin ninguna vergüenza, que el milagro va a producirse. “Somos parte de la solución” dicen sin ponerse colorados.

Uno podría pensar que la fe que suscitaba el mito ancestral se ha transferido ahora al mercado, pero aun así, ¿cómo hicieron para prometer lo que nadie se había atrevido?

 Bueno, y aquí comenzamos a entrar en tema porque hay que reconocer que el recurso ha sido muy ingenioso. En algún momento, alrededor de la década del noventa, se expandió por el universo una  especie de consigna que rezaba (lo de rezaba hay que tomarlo al pie de la letra) lo siguiente: “No más metáforas que generen malentendidos. Sólo habrán de utilizarse descripciones precisas, literales, donde la descripción y lo descripto coincidan punto por punto. La descripción lo será todo y lo que no encaje en ella simplemente no tendrá cómo existir”

Hay que reconocer que tuvieron resultados asombrosos. Aunque recibieron una ayuda formidable con la expansión de Internet en la década del noventa. En internet no hay otra cosa que descripciones eficaces de cosos, cositos y su cópula. Lo que no encaja en la descripción ofrecida no existe, lo prueba el hecho de que no puede entrar en el sistema. Pero además internet funciona como una institución. Es decir instituye una realidad por el lenguaje que la describe. Ni más ni menos que lo que hace cualquier institución, sólo que esta vez la institución tiene la capacidad de ocupar el mismo espacio que la realidad.

No más analogías ni aproximaciones. Por fin realidad y representación quedan unidas tan firmemente que podemos olvidarnos de que alguna vez estuvieron separadas. Tampoco enojosas discusiones sobre la “verdadera” realidad oculta tras la representación. Fukuyama le llamó el  fin de la historia, pero en realidad era el comienzo de la historia, la única historia.

Ustedes preguntarán qué pasa con lo que no entra en este sistema, bueno, es simple, no existe, no hay como registrarlo. Ocasionalmente puede que ingrese como fenómeno emergente, como cuando decimos países emergentes, o artistas emergentes, o minorías emergentes pero la memoria de este sistema es puramente documental. Y hay que decir que en términos de registro, o sea en imágenes, sonido o texto, el alcance es ilimitado, y los algoritmos buscadores son implacables. Pero sólo pueden encontrar lo que tenga ese formato. No hay otro registro.

En internet no hay cuerpo por ejemplo, ni cuerpo ni la sensibilidad que le es tributaria. Eso queda del lado de afuera del sistema, ese donde estamos todos aun cuando estemos todo el día conectados.

Esto en realidad no es nuevo, cuando el cliente va a la ferretería también quiere que el ferretero comparta con él sus penurias. Póngase en mi lugar, le dice. Pero eso siempre fue imposible, no hay invento que haga que uno entre en el mundo sensible de otro. Ese afuera radical de la sensibilidad, es el verdadero soporte del arte. Esa sensibilidad no puede ser asimilada por ningún sistema. ¿Cómo se las arreglan en el mundo regido por la literalidad? Todavía no lo resuelven, pero mientras tanto producen “contenidos” cargados de imágenes del dolor de los demás, como le decía Susan Sontag, que ofician de sucedáneos de esa sensibilidad exterior.  Pero como la repetición interminable de contenidos emocionantes también termina anestesiando, el problema sigue sin resolverse. Uno podría arriesgar la hipótesis de que lo que no entra en el sistema retorna como violencia, pero es indemostrable, porque la demostración exigiría una lengua exterior donde hacer valer la demostración. Y hasta ahora no apareció ninguna lengua exterior superior a la que se impone.

¿Por qué traigo estas consideraciones a un encuentro de personas unidas por el amor al arte? Porque a lo mejor ustedes, que están en mejor posición que yo, podrían ayudarme a elaborar algunas preguntas que a mí me despierta este panorama.

Si lo que digo es cierto, la institucionalización la lengua del mercado, como única lengua, sin exterior, se instituiría como capaz de proveer todos los formatos disponibles, y no quedaría otra opción que el rellenado de esos formatos con los contenidos que circulan como agenda. Pero la lengua en sí sería inmune a cualquier cuestionamiento. Piensen por ejemplo, en cuán lejos estamos de que se dicte una norma IRAM de la obra de arte.

Si es cierto que esa lengua terminó de imponerse no habría más pregunta por el arte, que fue el motor del arte contemporáneo y estaríamos entonces en otra fase en donde la pregunta sería redundante porque la respuesta ya está al comienzo: arte es lo que entendemos por contenidos de arte. La lengua sería invisible.

Tampoco habría crítica, en tanto la crítica opera cuestionando la lengua. Podría agregar aquí entonces esa otra pregunta. ¿Sigue vigente la crítica? O circula en el sistema de la lengua única como contenido crítico en alguno de los formatos disponibles.

El arte nació al mismo tiempo que las representaciones tanto del cosito como del coso, y fue el depositario de la promesa de un encuentro. Hay una afirmación de Mc Luhan que dice que toda tecnología obsoleta se convierte en arte. El ejemplo que daba era el de los ferrocarriles que van a parar al museo cuando dejan de usarse.

Por ejemplo, aquí cerca en Perito Moreno, hay testimonios de cuando el coso era el guanaco y el cosito como ponerle una mano encima, y, asombrosamente, aquellos ancestros se distrajeron embadurnándose las manos con pintura en lugar de ir a cazar el almuerzo. Entre el coso y el cosito interpusieron un hacer que no se entiende en términos de utilidad y que obliga a la interpretación. Alguno de aquellos originarios podría haber dicho, “vayan ustedes yo me quedo pintando” y otro podría responderle “acá el que está pintado sos vos”.

En el renacimiento el gran coso fue dios pero también la razón que comenzaba a crecer desprendiéndose de él. Y el cosito era cualquiera que se acercara a ver esas pinturas, el pintor incluido. El ejemplo que tenemos aquí es la escena central de la capilla Sixtina donde ante semejante magnificencia el encuentro entre el coso y el cosito queda reducido a tocarse la puntita del dedo índice.

Después la cosa se empezó a arruinar. Los artistas envalentonados con lo que habían conseguido empezaron a jugar con las imágenes del coso y del cosito y a imaginar más que el resto. Piensen en Las Meninas de Velázquez y todo ese juego de espejos donde ya no se puede saber cuál es el coso y dónde está el cosito.

Y ya no tuvo remedio, los intentos neoclásicos de restaurar el orden perdido no dieron mucho resultado. A la profusión de cuerpos retorcidos del barroco se le agregaron los efluvios románticos. Y así hasta que los artistas, y algunos otros, preocupados por tanta sarasa, tuvieron que admitir que el coso y el cosito no eran más que efectos de la lengua que los describía.

Desde entonces los artistas a la vez que creamos una obra, o un proyecto cualquiera, dejamos la impronta de la operación que hacemos en esa lengua con la que está creada. Hago mías las palabras de César Aira, cuando dice que el arte es la única dimensión donde se desarma la lengua hasta la último cosito y se la vuelve a armar como obra. Si esto no ocurre, la obra es apenas la aplicación de un procedimiento, lo que es decir que está concebida como una reproducción de un proceso con fines comerciales.

Sabemos que ese proceso no paró hasta su límite, el cuadrado blanco o negro de Ad Reinhardt o de Malévich. Fue para entonces que nuestro héroe mítico, Duchamp, intentó encontrar un objeto capaz de librarse de encajar en algún lado. Un objeto que perdiera su condición de coso o de cosito y flotara en una dimensión que probablemente fuera la del arte, ya que se habría independizado de la lengua que lo describía.

Pero el tiro salió por la culata, porque después, Warhol, siguió el chiste y de un modo irónico, o sea metafórico, terminó declarando que no había ninguna diferencia entre los cosos y cositos fabricados por el mercado y los que fabricaba el arte. Beuys hizo lo propio con las acciones humanas y ya fue el principio del fin. Porque para entender la ironía de Warhol, hacía falta que la lengua tolerara la confusión, el malentendido y el chiste. Y todas esas propiedades en la lengua única ya no están presentes, solo hay comunicación. Nadie hace chistes en el mercado, ni ironías. Desde entonces tenemos una lengua única, literal, que ofrece todos los formatos, los archivos, las plataformas, pónganle el nombre que quieran, donde alojar los contenidos que dan el sentido aceptado en ese sistema. Así sean contenidos anti sistema, porque puede contenerlos a todos en tanto es el único continente.

La pregunta, no quiero olvidarme de la pregunta, es la siguiente: si el artista hacía de la manipulación de la lengua su oficio y materia, produciendo nuevas maneras de concebir cosas, cosos y cositos, ¿qué papel nos queda si la lengua ya fue instituida, y sólo queda reproducir contenidos predeterminados?

Tengo algunas respuestas, pero eso lo dejamos para la conversación.

 

"PANIC DREAMS" Óleo sobre tela. 73 x 30 cm. 2020

 

 

 





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