EL ORDEN DEL DISCURSO
Recientemente, en el ), ocurrió un hecho que dio que hablar. Martín Kohan presentó su
conferencia titulada:
Ceferino
Reato, y que fuera publicada en su libro Disposición Final. Que sea
significativo que Videla hable, se debió a que hasta ese momento se había
mantenido en silencio. Porque hablar o hacer silencio pueden ser dos modos de
actuar con consecuencias políticas. Kohan se pregunta por las razones que pudieron
hacer que Videla callara, pero creo que la más importante no está incluida:
Videla calló porque tenía claro el orden político donde su palabra tendría
consecuencias. En ese orden su palabra era esperada como declaración judicial,
es decir en una estricta relación a la verdad jurídica. Al negarse a darla, no
sólo impedía conocer esa verdad, sino que buscaba impugnar el orden mismo donde
se jugaba su sentido. Su silencio no era sólo reticencia, protección a otros
involucrados o mala fe, etc. Su silencio procuraba convertirse en un acto político,
uno que sostuviera la posición que él mismo quiso darse en el curso de los
hechos que lo tuvieron como protagonista. Es decir, una posición exterior al
orden que lo juzgaba. Y lo más importante: reintegrarse a ese orden a partir de
un acto de enunciación que le estaba vedado.
El orden político es un campo difuso donde se discuten las
distinciones y los modos de nombrar los asuntos comunes. Y se extiende mucho
más allá del dispositivo jurídico que lo estabiliza institucionalmente, se
extiende hasta las diversas comunidades donde se disputan las distinciones que
deciden la influencia.
Pero como los actos políticos son temporales,
el intento de Videla de hacer de su silencio uno de ellos, dejó de tener el
efecto que buscaba, primero porque algunas causas ya progresaban mas allá de
él, y segundo, porque el paso del tiempo lo exponía a llevarse a la tumba lo
que el mismo quería decir. Eligió entonces otro orden para su discurso, pero que
tiene marcadas consecuencias sobre la palabra: el mercado. El mercado tiene sus
propias reglas para legitimar o impugnar una palabra. Básicamente, en su
ámbito, cualquier palabra puede ser dada a oír, siempre que esté justificada en
razones…de mercado. Esta condición, en nuestra cultura, habilita ir más allá de
cualquier otro orden. A un punto tal que el sostenimiento de esas condiciones
se homologa, sin más, a la libertad misma. Hoy por hoy es una de las mayores polémicas
la que enfrenta al orden político y al orden del mercado.
A Videla ningún otro dispositivo podía
ofrecerle las condiciones para que su palabra fuera oída como él quería. Ni un
acto académico cuyo alcance es reducido, ni un mitin de sus seguidores donde
fuera leída una carta suya. Ninguna de esas formas podía asegurar el alcance y
el efecto de su palabra. Pero ante el periodista soltó lo quería que fuera su versión
de la historia. A sabiendas de que – esta vez – no habría versiones de la
historia sin que antes quedara establecida la verdad jurídica. El orden
político/jurídico se recreó precisamente en ese punto: afirmando su imperio de
juzgar, como crímenes, los actos cometidos durante la suspensión de facto de
ese orden.
Por eso creo que no fue afortunado recibir
la palabra de Videla en otro orden que no fuera el jurídico. Tomarla del
mercado, donde el valor está dado por la satisfacción que promete, y llevarla a
la discusión académica donde el valor lo da la relación a la verdad, fue,
entiendo, un desacierto. El campo político tomado como ámbito de enunciación no
deja un lugar exterior desde donde abordar esa palabra libre de condicionamientos.
Este orden se basa precisamente en la posición de cada cual respecto de la
circulación de la palabra. Y ello alcanza también a la libertad académica.
¿Pero constituye un delito? No, de ninguna
manera, quizás no sea difícil sentirse ofendido moralmente. Es entendible, pero
no hay que olvidar que la moral peca de inocencia al dar por consolidado ese
orden, creo más bien, que su sostén sigue siendo frágil y exige estar atentos a
los modos de nombrar las cosas. La dimensión política no se cierra ni se
consolida por la moral, es su virtud y su defecto.
¿No era de suponer que Videla iba a repetir
lo que dijo ya antes? ¿Que hubo una guerra, causa del estado de excepción, y
que ello lo autorizó a ponerse por fuera del orden jurídico? La batalla (metafórica,
única batalla posible en el orden
político) La batalla, decía, fue dejar de usar la palabra guerra. Kohan se lo
pregunta: “Si a esas organizaciones colectivas dispuestas para
la lucha armada el Estado les opone, como era de esperar por otra parte, su
propio aparato de violencia armada, ¿qué otra cosa, sino una guerra, es posible designar
en ese choque?” La
respuesta es que a ese choque lo llamamos - se llama - terrorismo de estado, porque
el estado no puede de ninguna manera medirse de igual a igual con un particular
sin destituirse. No importa que esos particulares se hayan querido llamar a si mismos
combatientes, o que hubieran tenido el poder de fuego suficiente como para
atentar contra el estado. Desde el punto de vista del estado su acción no puede
ser otra que política, su estatuto es político y como tal deben ser tratados.
Enfrentarlo es un asunto político, incluido como resolver el uso de la fuerza
si así se decidiera hacerlo. Los ciudadanos contamos con eso para no ser
tratados como militares cuando hay una protesta, aunque fuera la más
radicalizada. El rechazo que causó la llamada ley antiterrorista, es que
reintegra ese estatuto por otras vías.
El estado, por su estructura misma,
subsume la violencia en lo simbólico, porque en su constitución obliga a ceder
todas las violencias particulares. Su propia instauración es ese acto de cesión
de la violencia particular del que es perpetuamente responsable. El régimen sin
ley de la dictadura, y lo que vino después, lo confirmó.
Kohan toma la palabra de Videla por el
sesgo de los relatos de guerra. Se ubica como alguien que va a estudiar los
modos de decir y los discursos que los producen. Toma, de la palabra de Videla,
lo que confirma su tesis de que el suyo es un relato de guerra, una guerra que
estuvo obligado a librar. Y desde ahí se hace necesario identificar el
antagonista simétrico y radical que da origen a la guerra.
Dicen Kohan: "se marca que ese
entendimiento constaba por igual en el otro bando: la guerra era guerra también
para el ERP y para los Montoneros. El combate los opone de la forma más
visceral posible, pero la común condición de combatientes al mismo tiempo los
vincula"
Esto es cierto solamente si se rebaja el
asunto al nivel de los imaginarios de los combatientes, donde se reconocen como
equivalentes, pero su simetría imaginaria es la prueba misma de la destitución
del sistema simbólico. El estado no es un sujeto. Ni fue el sujeto mesiánico
salvador a la patria, categoría que con gusto se autoasignaba la dictadura, ni lo
es un gobierno cualquiera, cuando, confundido con el estado, se queja de no se
reconocido en sus aciertos. El estatuto del estado es la suma de la violencia
simbólica, y su responsabilidad está en impedir de la mejor manera el proceso
inverso: la reversión de la violencia simbólica en acción directa. Esa es la
ficción de la ley, ficción imprescindible para cualquier vida en común.
Esta ficción es la que permite mantener
interpelado al estado sobre su responsabilidad. Es la que permite acusarlo
cuando mantiene en su seno sectores que propician una violencia de intereses particulares.
Por ese camino es posible interpelar al
Estado para que retenga el uso directo de la fuerza y la conserve como fuerza
simbólica. Aunque ello lo haga blanco de todos los reclamos. Lo único que puede
hacer el estado es volcar esa fuerza en la retórica política (incluida la
retórica de los actos de protesta) o procurar institucionalizarla como ley.
Todo ello lo entrega a una paradoja política: a la vez que retiene la fuerza,
se impide su uso, habilitando su implementación política. Los pasajes a la acción directa están restringidos
y tienen su marco legal: huelgas, tomas, trabajos a reglamento, cortes de ruta,
piquetes, asambleas permanentes, etc. todas formas de impugnación de un
segmento del orden legal - de un segmento - que permite mantener el conjunto.
Cuando esos segmentos se suman y cuestionan el conjunto de la representación política,
entonces se debe cambiar de escala. Pero ni aun ahí se suspende la ficción de
un orden global que contenga al conjunto de todos los intereses particulares.
Creo que la falta en el texto de Kohan
está en tomar por el sesgo del sentido común de la palabra guerra, como si se
tratara de un sentido ya establecido por la lengua general. Pero esta
"guerra" con sus reglas ha sido nombrada terrorismo de estado y se
mantiene abierta la tensión entre ambos términos. De ahí que la pretensión de
una independencia intelectual, para intervenir en este campo, corre el riesgo
de olvidar que se interviene en el campo político en tensión. La independencia
intelectual puede ser el caballo de Troya para reintroducir la teoría de los
dos demonios. que bulle en todo el texto de Kohan.
La pregunta sobre la memoria que habría
que oponer a la de Videla no alcanza para evitar el problema: al pretender un
lugar exterior al discurso desde donde analizarlo, se ponen en pie de igualdad
al discurso de Videla con el orden del discurso al que debía someterse. Orden
que está hecho del mismo modo: relatos organizados por maquinas discursivas,
formas de nombrar, formas de encadenar los argumentos. Formas de anclar esas
palabras a los cuerpos y sus experiencias.
Tal vez allí se entienda el adjetivo de
guerra sucia, Lo sucio es que la sustracción simbólica borra las fronteras
entre lo permitido y lo prohibido, lo imposible y lo deseable. Es decir, el tratamiento de lo
real por lo simbólico. Real traumático de la política que activa las extendidas
defensas contra él: la fuga a los ideales, con su verbo conjugado en futuro condicional,
o el rebajamiento de lo político al intercambio descarnado de bienes y
servicios. Versiones a izquierda y derecha de la llamada despolitización.
Hay mucho más en la conferencia de Kohan
en lo que sería provechoso extenderse: la cadena de mando hecha de omisiones y
silencios, o esa figura que Kohan nombra como “el hermeneuta de lo implícito”.
Pero el orden del discurso también implica cuando abandonar un texto. Y este ya
cumplió su propósito: entender porque no participé del desagravio
Yo tampoco participé del desagravio y después de leer las palabras de Kohan, me convencí aún mas de que Raúl Artola tenía razón. Tu texto es buenísimo. Muchas gracias.
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