BICENTENARIO
BICENTENARIO
Texto
leído en el panel organizado por la UNPSJB y la Secretaría de Cultura de Cultura
del Municipio el miércoles 6 de julio de 2016
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S/T. dibujo, tinta, 20 x 30 cm. 2016 |
Agradezco la invitación, entiendo que es un
privilegio ser invitado a tomar la palabra. Pero, y justamente porque tomarla
es consentir a ser tomado por ella, es que no lo hago, en esta ocasión, sin
cierta inquietud. Los ideales que nos convocan permanecen entre nosotros en un
estado tal que, al volverlos a la palabra, se deja ver la distancia entre lo
que nombraban y lo que nombran. Es a revisar esa distancia a lo que me siento
convocado.
Podría ahorrarme la inquietud apelando a la
intemporalidad del ideal. Esa cualidad que permite hablar de ellos suspendiendo
las condiciones de su aplicación. Es lo que llamamos utopía. Cualidad que nos deja
tranquilos porque en la dimensión del ideal no hay consecuencias.
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S/T. dibujo, tinta, 20 x 30 cm. 2016 |
El tono un poco serio de este comienzo tal
vez nos ayude a evitar las palabras vanas y encontrar las justas, porque de esto
estoy seguro, la lucha hoy se concentra en ello. Libertad, igualdad e
independencia, o fraternidad como lo aprendí en la escuela, son antes que
ideales, palabras, que reviven cuando volvemos a usarlas. Y reviven porque
llevan en sí una discordancia que se activa en cuando se las pronuncia.
Discordancia entre la dimensión ideal que las conserva y las condiciones
concretas de su aplicación. Por eso su uso es político. Y la astucia de ese uso
gira alrededor de cuan establecidas se las pretenda. No estaría exagerando si
dijera que la discusión de fondo que nos agita, se da alrededor del uso de estas
palabras cuando funcionan como pantalla de los intereses más consolidados que fuerzan
un uso vacío y conmemorativo.
Y el
uso de estas palabras es político porque nombran las condiciones de la relación
al poder. Un poder entendido como afán de dominio de la voluntad del otro, pero
ejercido en el marco de la vida en común regida por la ley. Desde esa perspectiva la libertad nombra el
límite de la manera más general posible: ningún dominio de la voluntad es
compatible con su vigencia. Esa idealidad es constitutiva de lo humano, tal
como lo demuestran los testimonios de los sobrevivientes de los campos de
exterminio. Sabemos por ellos que allí donde la voluntad de dominio reduce al
ser humano a su cuerpo, es también donde se hace acuciante la necesidad del
testimonio. Sin embargo no hace falta llegar a ese extremo para saber que, cuando
su vigencia se torna dudosa, es más necesaria la disponibilidad de la palabra.
Especialmente de la que dice que no.
Ahora bien, sabemos que la libertad es una
condición paradójica, que se ejerce más en la renuncia que en la liberación.
Pero aún en la elección más forzada el horizonte debe estar libre de
imposiciones. Lo humano no es otra cosa que ese punto, indelegable, donde
elegimos lo que queremos pero también las consecuencias que se desprenden de
ello. Nadie puede tomar ese lugar por nosotros. Ningún saber lo resuelve en
tanto se trata de lo que se llama un acto. Las ocasiones que nos confrontan con
esa coyuntura no son muchas y atañen a la certidumbre de la muerte; lo Otro del
sexo; la filiación y de un modo más general la responsabilidad por el daño,
incluido el que consentimos y el que nos causamos a nosotros mismos. Insisto,
lo humano no es otra cosa que esta dimensión a la que se le llama, con razón, ética.
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S/T. dibujo, tinta, 20 x 30 cm. 2016 |
La igualdad es un poco más concreta ya que su
aplicación se refiere al reparto de los bienes y de los perjuicios. Su paradoja
central es que, en tanto la realidad desmiente la igualdad, esta sólo puede procurarla
la ley, pero la ley ya es la institución política de la palabra. Y en
consecuencia dócil a quién tenga mayor capacidad de influirla. Por ello la
igualdad es la dimensión política misma, en tanto su aplicación sólo puede
hacerse impugnando el reparto vigente.
Sigue luego la fraternidad, a mi parecer, el
más impotente de los tres, ya que su regencia no puede imponerse de ninguna
manera, ni por ley, ni por moral. Sólo se puede esperar a que su ejercicio
sirva de dique al afán de apoderarse de la voluntad del otro. Afán difícil de limitar
y más cuando se funda en la acumulación demente de los bienes. Este es el
núcleo incandescente de las comunidades. Últimamente, y a favor de los cambios
que trajo la imposición del mundo como sistema, hablamos de solidaridad y
confiamos en la ley como límite al odio y la ambición. Pero es un límite
precario que requiere continuamente de campañas de sensibilización, como se les
dice. Desde hace un tiempo es la ley misma la que se convierte en el comienzo
de la acción política para conseguir su aplicación. El problema es que la ley
no puede ser sino universal lo que introduce otra paradoja, puesto que cuanto
más universal es el uso de la palabra menos lugar queda para lo subjetivo.
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S/T. dibujo, tinta, 20 x 30 cm. 2016 |
Y finalmente la independencia, que es lo que
conmemoramos y que se distingue de los otros ideales, que mantienen la escala subjetiva mientras que, la
independencia, remite al plano de la hegemonía entre naciones. Y allí aparecen
más paradojas, ya que estos ideales, por más universales que se los presuponga,
pertenecen al núcleo de lo que se llama mundo libre. Y que no es otra cosa que
el sistema político internacional hecho de coacciones que aseguran el imperio
irrestricto del mercado y de los modos de la democracia que le convienen a ese
ejercicio. Y aquí sí que hay que prestar atención a las palabras.
Los estrategas del poder saben que la manera
más eficaz de dominar la voluntad del otro es obteniendo su consentimiento. Le
llaman “poder blando” y consiste básicamente en despertar el anhelo de
amoldarse a la voluntad del que domina. En su expresión más simple es querer
ser como él. Ser incluido entre los suyos. Y el método también es simple,
consiste en ofrecer imágenes con las cuales identificarse a él. Entonces imitar
esas imágenes será apreciado como signo de valor y de poder. Por el contrario, lo
propio, considerado inferior, será rechazado.
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S/T. dibujo, tinta, 20 x 30 cm. 2016 |
Hemos visto una expansión sin precedentes del
mercado. Expansión que va mucho más allá de las formas que asume la economía.
Lo que se ha expandido es un modo de concebir la vida en común. Y la imposición
de esos modos se apoya ahora en el uso de las palabras globales que se imponen
rápidamente, entre otras cosas porque su uso parece cumplir esa promesa de ser
por fin modernos. Racionalización, redimensionamiento, desvinculación y
revinculación suenan como la musiquita del progreso hasta que nos alcanzan sus
efectos. Y allí contamos con resiliencia, que parece afirmar que, sobreponerse a los daños, es más una propiedad
individual que colectiva.
Hay otra palabra en la que me quiero detener,
porque es la más seductora de todas, me refiero a la transparencia. ¿Quién
podría dudar de la virtud de la transparencia? Y es que parece nombrar la
virtud de un proceso en el cual, las decisiones que nos afectan, se hubieran
despersonalizado hasta tal punto que todas sus partes se tornan visibles. Es el
sueño del gobierno de las burocracias. Sin dramaturgia, y sin profundidades de
sentido que requieran de interpretación, las cosas se volverían obvias. Pero este
sueño de la transparencia, requiere para cumplirse de la conversión completa de
todos los intercambios a formatos capaces de ser protocolizados. Y el protocolo no es más que
una variante técnica del formato mercancía, que procura la constancia de la
forma para asegurar la calidad y el precio. Con este sencillo recurso casi
cualquier cosa puede convertirse en un protocolo. Salvo las anotadas más arriba
como propias de la dimensión ética. ¿Se imaginan una norma ISO para la crianza
de los hijos? ¿Asegurada por ley? ¿O una norma ISO de calidad de la relación
amorosa? Estoy seguro de que ya se le ha ocurrido a alguien.
Pero de esto no se regresa, ahora hay que
bailar con palabras, como innovación, autonomía, auto - gestión y participación,
que tienen, todas, el halo dulce de lo moderno.
La universidad ha quedado enredada en este
proceso que prosigue sin pausa. Hay una presión en todos sus estamentos por entrar
en el sistema a conformarse a los modos
internacionales, imprescindibles, entre otras cosas, para la recepción de
fondos, aunque todos sepamos que se trata de un caballo de Troya. Las
burocracias han encontrado el arma más
poderosa para conquistar la voluntad del otro: el consentimiento a la
evaluación. Una vez dado se sale del proceso convertido en otra cosa.
Me gusta pensar, como consuelo, que la
cultura ya ha cambiado ya muchas veces y volverá a hacerlo. Y entonces me
gustaría encontrarme con quienes están ensayando esa lengua diversa, rara,
balbuceante que nos permita despertar, por fin,
del sueño uniforme de lo universal.
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