“EL
KIRCHNERISMO ES UN MAL QUE YA VA A PASAR”
Ceferino
Pérez, dirigente peronista de Comodoro Rivadavia
Diario
Crónica martes 9 de febrero de 2016
Cito esa frase,
publicada en un diario local, porque me animó a escribir este artículo. ¿Cuál
sería el mal que encarnó el Kirchnerismo? ¿Y si fuera un mal, como dice este
hombre, estará pasando?
La frase fue
pronunciada por Ceferino Pérez, un referente del Peronismo local, a quién
conozco por sus didácticas entrevistas en los días previos a las elecciones.
Cada vez que lo escucho me parece percibir, en su compuesta enunciación, cierta
preocupación por la normalidad. Esa impresión y su frase, decidieron el nombre del
artículo, porque me parece que tanto Ceferino, como un amplio margen de la
sociedad, vio y aún ve en el Kirchnerismo una profunda anomalía de la que había
que salir rápidamente para volver… a la normalidad.

Esa conversación es
capitalizada por los denominados medios de comunicación, quienes desarrollan
multitud de formatos para acogerla: el programa político, el “magazine”, el
editorial, la palabra del experto, la entrevista o el testimonio. Pero la forma
más eficaz sigue siendo la televisiva y consiste en la fabricación de una
escena paralela a la realidad, que parece reflejarla, mientras ofrece un símil
con el cual identificarse. Un símil regido por los códigos de la ficción pero ofrecido
en
el lugar de la realidad. Podría utilizarse el ejemplo de la Señora “Legrand”,
que fabrica el símil de una mesa familiar (lugar por excelencia donde decir la
verdad) adonde cuentan sus cosas los tíos, sobrinos y amigos, que van de
visita. Allí, en una conversación que parece espontánea, se definen los límites
de lo normal. En el centro de esa mesa la figura de la conductora, ejemplo
paradigmático de que el medio es el mensaje.
Aún en ese muy dudoso
soporte es posible reconocer las corrientes y flujos del debate. Pero
prescindiendo del uso habitual de la palabra corriente, como cuando decimos la
corriente interna de un partido, sino, más bien como los flujos de sentimientos
de adhesión y rechazo que constituyen verdaderamente la base de cualquier proceso
de representación política. Y es en este plano que hay que preguntarse que fue,
y que es, el Kirchnerismo.
En menor escala la
conversación política también abreva en los artículos académicos o
periodísticos que la toman como objeto de investigación. La idea del
Kirchnerismo como una anomalía la encontré en un artículo de Eduardo Rinessi, (Notas para una caracterización del
Kirchnerismo. Revista Debates y Combates. Noviembre de 2011)
En los años del
Kirchnerismo, tanto propios como ajenos, llamaban relato al esfuerzo del
gobierno y sus adeptos por imponer un modo de contar las cosas. Y ese modo
trataba de imponerse a otro que ya estaba impuesto desde hacía tantos años que se
tomaba por lo normal. Era más que una operación de la propaganda oficial, que
la había y mucha. Lo que se disputaba eran las palabras y las creencias que conforman
la experiencia de lo político. Y a tal punto que una vez conseguida la
adhesión, cada una de esas personas se abocaba a reunir los hechos que
confirmaban su posición. Como los “hechos” eran y son presentados por los
medios de comunicación a título de realidad, la conversación política gira alrededor
de esos tópicos (incluyendo entre los medios de comunicación a las redes
sociales). Para darle “realidad” la conversación suele mecharse con
experiencias personales (“esto a mí no me lo cuenta nadie porque lo viví yo…
etc.”)
Todavía no hemos
salidos de ahí. Podían y pueden oírse dos versiones antagónicas que a medida
que se abren van generando adherentes y contrariados. Y hay que agregar a los que
estiman en mucho la creencia en la independencia de su juicio y que a la postre
resultaron los antagonistas más virulentos, precisamente, porque para mantener
esa creencia debieron atacar la posición del Kirchnerismo y no la otra, de la
que se diferenciaban “normalmente”.
Todo esto constituye la
definición de la hegemonía, uno de cuyos pasos es definir al antagonista. El
Kirchnerismo lo entendió tempranamente y emprendió una verdadera lucha contra
los modos hegemónicos de contar las cosas. Pero el resultado fue dudoso. Por un
lado engendró una reacción en contrario que continúa - y continuará – procurando
imponer definitivamente el relato de que el Kirchnerismo fue el mal, para
reponer la normalidad. Y por otro encausó la conversación colectiva a la
repetición impotente de frases, hechos estereotipados, chicanas y calificativos
que la llevaron a un callejón sin salida. Y ahí está Pérez en la primera plana
del diario con más circulación de la ciudad, diciendo eso como si fuera un
comentario de ocasión, emitido a título personal.

El segundo lugar en
la construcción de lo normal, lo ocupan los delitos que encuadran dentro de la definición
normal de “inseguridad”. Todos los noticieros tienen uno o más de estos
capítulos en cada edición. Y por último le toca el turno a las decisiones
políticas. Pero así como la economía es presentada como un fenómeno lejano con
leyes inexorables, la política es presentada como un desacierto permanente. Y
si hubiera algún acierto cumple la función de la excepción que confirma la
regla. Ese trípode conforma la normalidad. Una normalidad resignada e impotente
donde las “noticias” de la “realidad” llegan por los periodistas. A ese trípode
se lo estabiliza con lo que se llama “nota de color” y que muestra un espacio
exterior que contrasta con el sentimiento de impotencia y frustración que sostiene
a esos tres. Ese papel exterior lo cumplen las noticias del símil mayor, al que
llamamos farándula. Las noticias de esa población ficcional tratan siempre de
goces excepcionales y cuando no, por ejemplo, en ocasión de un robo, sirven
para subrayar la impotencia: “ni estos se salvan”, podría ser su medio/mensaje.
El Kirchnerismo
accedió al poder bajo la hegemonía neo liberal que procura imponer a escala
mundial una cultura regida por el mercado. “Libre” comercio, concentración del
capital, fluidez financiera favorecida por la facilidad de las comunicaciones y
la dispensa de garantías reales. Bajo su hegemonía se convirtieron casi todos
los bienes al formato mercancía. Es decir, una delimitación estricta de un
objeto o un servicio, que asegura su propiedad y lo entrega a la circulación en
el mercado. En este panorama el estado no tiene mucho lugar. La utopía neo liberal supone que el mercado es capaz de arreglar todos los problemas,
claro que previamente convertidos al formato mercancía. Una vez hecho esto se somete
cualquier asunto al régimen de la oferta y la demanda y a la equivalencia
precio/valor. En este panorama el estado es un obstáculo y se lo ha re definido para hacerlo funcional a la cultura de mercado. Sabemos que ese proceso produce
graves crisis sociales. El Kirchnerismo asumió en la última de esas crisis, en
un clima de absoluto descrédito de la política, y de la manifiesta incapacidad
del mercado para resolver los problemas que no se adaptan a la rígida forma de
la mercancía. Fundamentalmente de los miles que deja afuera por no poder pagar
por ellas. Sin olvidar a algunas personas que suelen oponer resistencias a convertirse en mercancías.
Para remontar esta
crisis el Kirchnerismo adoptó un alto grado de iniciativa política, con el que
procuraba sortear lo que funcionaba como el relato de la verdad sostenido en la
impotencia. Y para hacerlo recurrió a aquellos asuntos que no entraban en la agenda de “la normalidad”.
Por ejemplo el enfrentamiento con algunas corporaciones patronales y
especialmente las que concentran los medios de comunicación. Pero también los
asuntos que la sociedad rehusaba, como la Ley de Matrimonio Igualitario. Con
esa agenda el Kirchnerismo ganó iniciativa y obligó a sus rivales a considerar
temas incómodos, pero sensibles a la cara progresista de la clase media.
Así se asignó al
Estado un papel cada vez más activo, con el que procuraba recuperar legitimidad
e iniciativa. Pero al hacerlo contrarió la creencia central de la normalidad.
Esa creencia sostiene que no es posible darle ningún crédito a un proceso
conducido por políticos porque indefectiblemente conducen a la decepción.
Hacerlo sería pecar de ingenuo. Esa creencia adjudica la causa del malestar a
la política, y sostiene una creencia en un bienestar desconectado de las
condiciones políticas. Recuerdo una respuesta que recibí cuando, en ocasión de
una manifestación opositora, multitudinaria, pregunté: - ¿y ahora que quieren? – Solo queremos vivir bien, fue la respuesta.
Ahora bien el
Kirchnerismo fue generando una creciente cantidad de adhesiones que
contrariaron aquel postulado normal. Y periódicamente sumó nuevos adherentes
como testimonio de que sí era posible un proceso político que generara cambios
desde el gobierno y encontrara así el apoyo de sus representados. Ese proceso
se aceleró durante un tiempo y pudieron verse verdaderos fenómenos de masas
apoyando al gobierno (y desacreditados a izquierda y derecha por cómplices o
imbéciles)
Ahora bien, ese
proceso creciente generó una reacción en contrario al funcionar, en la
práctica, como una demanda de adhesión. Especialmente para la clase media que
se apoya en la impotencia desencantada para mantener sus ideales estéticos.
Se dio entonces un
manifiesto rechazo al proceso Kirchnerista y a su propaganda. Los medios opositores
alimentaron diariamente este fenómeno ofreciendo hechos de corrupción que
sustentaban la definición del Kirchnerismo como el mal de Pérez. El
Kirchnerismo, obligado a mantener la iniciativa política, no pudo con la
corporación de lo normal. Y la verdad es que no fue difícil retornar a ella.
Ahora ya estamos plenamente en lo normal.
¿Y el Kirchnerismo,
está pasando, como dice Pérez? No lo sé, creo (dije que se trata de creencias,
las mías y las de ellos), creo que algunas distinciones que se trazaron son
irreversibles. La creencia en el papel posible del estado. La convicción (una
forma fuerte de la creencia) de que el mercado no resuelve los problemas
comunes. La seguridad de que las políticas de ajuste no son para mejorar el
bien común sino para transferir masivamente recursos a los sectores
concentrados del capital.
Y si bien, volvimos a
la normalidad, ahora sabemos que es un modo de gobierno estético de la sociedad
por parte del mercado de “contenidos comunicacionales”. Entonces se vuelve a esperar
pasivamente que el noticiero traiga las malas noticas de siempre porque ya no
se puede salir a la calle y los políticos son todos iguales. Por izquierda el
“yo les dije” mientras esperamos la revolución. Y por derecha podemos mirar un
rato a la tía, o al sobrino irreverente que por lo menos nos distraemos.
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