FLANDES




 
Rozó el hombro del venido
y despertó la ira,
la ira acudió a la voz
y tronó el escarmiento.

Tres días de lluvia
como nunca se vieron.

El agua lavó la sangre
y oxidó los metales
que sumaron su orín al rojo.

El fósforo flota aún entre las ruinas
y un fondo neblinoso deja oír proclama.

El Francés recorre las trincheras
sin atinar la medida del  término 
contrato, ni sus alcances.

Apenas levanta la voz
aparecen unas cabezas encascadas
con sus bayonetas luego
como gusanos, vuelven a la zanja.

El Francés hace silencio un siglo
Luego otro y al fin dice:

- Vengan de entre ustedes
los que sepan hablar,
el consenso hará lo suyo.
 
Suben unos rubios desteñidos
y un italiano moreno con su mandolina,
el Francés lo amonesta

¡Que habría dicho Constantino si te viera
- ¡Vaffanculo! Eso diría,

 El Francés golpea una mejilla
y  otra hasta enrojecer
la piel aceituna que había debajo.

Ni roces, ni aguas, ni huesos,
así dirá el contrato.

Un silencio precedió al rumor
que se extendió como pólvora 
encendida por las zanjas.

Volaron cascos diversos y licores
turbios salieron a relucir.

Los vivas tardaron más
ante la incredulidad
que había hecho lo suyo,
ya se sabe, el Francés habla
como nadie y a cualquiera.

El silencio ganó el lugar
y aquellos hombres grises
pegoteados de barro fueron saliendo
uno en uno de las zanjas.

Jirones de sus trajes, ahora
verdaderos uniformes, enganchados
a las púas de alambre
dejaban ver la carne que aún
tiritaba de frío

- ¡Socializareis!

- ¿Qué dijo?
 Preguntaban aturdidos

- ¡Capitán!
 Tronó el Francés.
- ¡Dele arresto al insolente!
Y que cunda el ejemplo…

Los días siguientes fueron raros,
los hombres volvieron a sus casas sin saber
si eran aldeas aún o sociedades.

Las mujeres que  aguardaban
preguntaban ansiosas
antes del abrazo:
- ¿Firmaste?

Todos dejaron algo:
la huella de un dedo
un garabato
una pierna o varios dientes.

- Algo es algo
Dijo el Francés.
- Con eso basta.








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