SU MUNDO
SU MUNDO
Pequeño relato que fue publicado en EL ASTRENSE, periódico barrial de la Biblioteca Popular de Astra. Número 6 de marzo de 2015
SU MUNDO
Están por todos
lados; pero al ras, al descubierto. Sus desechos nos salen al paso o ladran de
improviso en los portones. Juegan a dañarse y asustarnos. Y cuando evitamos
encontrarlos, vienen a lamernos la mano.
No hay un lugar
tranquilo donde no estén. Su presencia abunda, pero una presencia que en realidad es la nuestra.
Espejo manchado de tierra con grasa robada de apuro y engullida a tarascones.
Creemos que somos
capaces de decir lo que sienten, hasta lo que quieren.
Si los alejamos o los
llamamos es por razones claras. Claras para nosotros, porque en su mundo no hay
razones. En su mundo hay polvo y sueño. Miedo y respuesta. Tampoco tiempo. El tiempo
está en nosotros. Llegamos tan lejos que somos capaces de afirmar que sus años
deben contarse por dos o por tres. Tan así son nuestros fantasmas.
¿Es su aspecto lo que
nos lleva a reflejarnos en ellos? No, claro que no. Su condición de mamíferos vertebrados, sus cuatro extremidades, su marcha o sus hábitos. Ninguna de esas
cosas nos permite reflejarnos. Hemos sido animales, tal vez aún lo seamos, pero
lo que reflejamos en ellos no es una nostalgia de algún paraíso natural donde
hiciéramos lo que nos vinieran ganas. Esto es un ideal un poco rancio, de los
muchos que hemos cultivado en la decadencia de occidente. Desde las espaldas
tahitianas de Gauguin, hasta los bosques poblados de duendes bonachones y
siempre bienintencionados. No, no es esto lo que reflejamos en ellos.
Son esos gestos que
les vemos. Gestos dirigidos a nosotros. Gestos que suponemos cargados de
intención: intención de llamarnos. De hacernos saber que somos – o podríamos
ser – todo para ellos.
¡Qué disparate! Pero
así, de ese modo, a nuestro alrededor, ellos encarnan al dios de la infancia.
Ese Dios todopoderoso para quienes somos criaturas desvalidas de una simpleza
sobrecogedora.
Ahora imaginen a
todos esos seres repartidos por los barrios, las esquinas, los patios, las
calles, llenando el aire de gestos, de signos que son nuestros, no de ellos.
Ellos llevan por ahí
ese dios de la infancia. Lo arriesgan al cruzar la calle. Lo pierden en la
esquina. Lo encuentran en la noche durmiendo en un portal, donde no estamos.
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