LOS SENCILLOS MODOS DEL CARIÑO
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Los maestros Jaime Romero y Alberto Morelli |
¡Qué sencillo modo
tuvo el cariño entre vos y yo:
tan sólo un pañuelo, en donde el cielo
se me olvidó; se te olvidó!
Canción De Lejos
Armando Tejada, César Isella
Hay un tema con el que me vuelvo a encontrar una y otra
vez, pero del que, hasta ahora, no he podido escribir algo que valga la pena.
Se trata de la admiración que me producen los modos sencillos del arte y la
permanencia de su eficacia. Y anoche me volví a
encontrar con ellos, esta vez en un concierto
(12 de julio, Auditorio del Centro
Cultural). El mismo sirvió de cierre
a un taller de composición a que dictó el Maestro Jaime Romero, guitarrista y
compositor colombiano, que visitó nuestra ciudad por mediación de otro eximio
Maestro, Alberto Morelli, cuyo conocimiento y frecuentación de sus obras
permitió su visita (y gracias también el oportuno apoyo de la Secretaria de
Cultura, claro).
La
noche fue una fiesta en más de un sentido. Los músicos que participaron del
taller tocaron para el público las composiciones de Romero. En primer lugar
David Hernández cuya ejecución de “Mi
guabinita” fue excelente. Al terminar su pieza y antes de que el aplauso
rompiera el silencio que siguió al último acorde, se pudo ver, en su rostro,
una sonrisa de alivio y satisfacción que puso en evidencia la prueba que
atravesaba. Pero nada de ese esfuerzo se traslució en su ejecución. Cada nota
parecía estar en su sitio, cada acorde nacía de una melodía sencilla que
parecía brotar del corazón mismo del alma popular. El maestro Romero explicó
que ese era su propósito: tomar la inspiración del folklore de Latinoamérica
sin renunciar a las complejidades que le ofrece el arte de la composición, y lo
hace sin perder esa nota de sencillez que procuro desentrañar.
El
“Nocturnal” ejecutado por Morelli y
el mismo Romero, ambos en guitarra, fue de una riqueza extraordinaria y de
nuevo: con la sencillez que nace de dos tipos que aman lo que hacen y se
sientan a tocar para nosotros. No me voy a extender con el resto del programa.
El final también fue hermoso. Estuvo a cargo del Cuarteto Tempo, un grupo de la
ciudad de Trelew, de cuyo crecimiento podemos dar fe. Juan Barrena, uno de sus
integrantes (Ingrid Chalar, Marcelo Leidi y Luciano Palacios son los otros)
expresó con sencillez lo que significó para ellos estudiar con el mismo Romero
sus obras. Y lo dijo de un modo tan fresco y sencillo que le permitió, incluso,
tomar a broma la costumbre del Maestro de comentar la historia previa de cada
pieza. Y además recordarnos que estábamos en las vísperas de la final del
mundial de fútbol y tocar, con su guitarra, la marcha con la que nos mofamos de
los brasileros. Una fiesta que cerró con el total de los participantes, todos
muy jóvenes, del taller de Romero. Sin duda su humildad es un nutriente de esa
música que crece sin resignar ninguna complejidad.
Pero
me volvieron las preguntas sobre la sencillez. Preguntas que no tendrían
ninguna importancia si no fuera por la preocupación que me despierta una cultura que ha hecho de la tecnología sofisticada
su tótem. Tótem al que le ofrece, en oscuro sacrificio, lo más preciado de su
espíritu: esa sencillez que procura experimentar el mundo de primera mano.
No
creo que esa sencillez sea sólo “expresarse” como reza una estética que
disimula pobreza con sencillez. Tampoco creo que consista sólo en ser “auténtico”
, el arte es básicamente un artificio hecho de ficción y hasta de mentira
deliberada, justamente para poner en evidencia que, hasta lo que parece más
auténtico, está hecho al modo de una representación.
Tampoco creo que la sencillez tenga nada que ver con “expresar los problemas de
la gente” u otras formas de representación (y en consecuencia de ficción). Y
mucho menos con evitar las complejidades del arte procurando “imitar” la
realidad con fines didácticos o morales. La sencillez a la que me refiero debe
estar por encima de esos riesgos, pero de un modo tal que las marcas de su
proceso no están en primer plano, y entonces, lo esencial, aparece desligado
del artificio.
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Juan Carlos Moises en la presentación del libro (foto Andy Maldonado, Peces del Desierto) |
Pero no fue esta la única ocasión
en la que lo sencillo me despertó preguntas. La otra sucedió hace ya un tiempo.
Fue en ocasión de la presentación del libro de Juan Carlos Moisés, “El Baile
del Artista Rengo” (Ceret. Comodoro
Rivadavia 26/10/2013) en uno de
esos encuentros de Peces del Desierto que ya se han hecho clásicos en Comodoro
Rivadavia y a los que concurro con muchas expectativas. Expectativas que nunca
han sido defraudadas, debo decirlo. Moisés disfrutaba del merecido homenaje que
le debemos a la importancia de su obra.
Obra que también busca su rumbo en los modos sencillos. Luciana Mellado que lo
presentó hablaba de “la sutileza siniestra de lo humilde” (1), una frase que me
gustó por las resonancias freudianas que evoca. Moisés hizo varias
apreciaciones sobre el gusto que tiene por los sencillo, afirmando, por
ejemplo, que había oído muchas más historias en los obradores donde trabajó,
que en las oficinas. Pero me pareció una justificación de su propio trabajo. Lo
sencillo del arte no necesariamente nace de la sencillez de la gente (si es que
la “gente” fuera sencilla, aún la gente sencilla). Alguien del público se lo agradeció, pero ya lo
nombró de otra manera, como la “constancia de lo humilde”, y no me parece lo
mismo. Hubo citas de Atahualpa Yupanqui y su relación con las pequeñas
historias de la vida. Pero es un camino que no me deja tranquilo y que vuelve a
cobrar valor en determinadas condiciones históricas. Porque la humildad es un
buen humus, valga la redundancia, pero a veces, otras es una mezcla de humildad
pero también de orgullo y del peor, el de aquel que se cree menos. ¿Será esto
lo que Luciana llama la “la sutileza siniestra de lo humilde”? No, no es
esto. Es posible distinguir la humildad
que no procura demostrar otra condición distinta de si, de aquella que
reivindica la “humildad” estetizando alguno de sus rasgos y exhibiéndolos luego
a título de “humilde”, pero ahora como un género que exalta la pobreza. El
arte, que es saber hacer con la ficción y el artificio, deja al descubierto los
procedimientos que maneja. Da lo mismo que el titiritero oculte los hilos o los
revele, en los dos casos se sabe que hay un artificio. Lo importante es que el
practicante no confunda las dos cosas.
No
sé si Luciana Mellado usaba el término, siniestro, del modo en que se usa en
psicoanálisis, donde designa un acontecimiento que, surgiendo en el marco de lo
familiar, lo torna de tal manera extraño que nos lleva a desconocernos a
nosotros mismos. Como decir que la famosa identidad se diera vuelta y nos
revelara donde se asienta. La palabra en alemán «unheimlich», ha sido traducida
también como lo ominoso, o la inquietante extrañeza. De allí el interés que me
despertara la operación sutil de la humildad, para que la calificara de
siniestra.
Este es un viejo asunto sobre el que ya discutimos mucho,
le hemos dado lata a la polémica entre barrocos y
objetivistas, entre poesía popular y literaria, y más recientemente entre arte
de masas y arte por el arte. Ninguna de estas polémicas agota el asunto y menos
cuando se procura la identificación a alguno de esos términos. Borges mismo, en el
prólogo de El Otro, El Mismo,
escribe: “Es curiosa la suerte del
escritor. Al principio es barroco, vanidosamente barroco, y al cabo de los años
puede lograr, si son favorables los astros, no la
sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad.”
No creo que la sencillez sea
nada, pero el resorte que busco debe estar en otro lado. Podemos preguntarle a
Juan Carlos Moisés, que sabe mucho de donde brota lo sencillo, y dice:
De la voz del poder a la voz
de
la poesía las palabras están hechas
de
la forma de decirlas
y
dependen del modo de oírlas
o
de leerlas, dijo mi tío Samuel, llamado
el
mudo, que para sordos están
los que no quieren oír. (2)
No sé si esto aclara mucho, pero me gustó. Tal vez sea
más sencillo todavía y todo se reduzca a que están pasando los años. Y como
decía el tío Borges, ojalá me sean propicios los astros.
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Con el maestro Jaime Romero (tal vez todo esto sólo sea para presumir un poco con esta foto) |
(1) Luciana
Mellado en el texto de presentación del libro El Baile del Artista Rengo, de Juan
Carlos Moises.
(2) Juan Carlos
Moisés, Palabras en juego. Ediciones La Carta De Olivier, 2006
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