LAGRIMAS DE COMODORO




Fui a ver el documental Comunidad Perforada, de los realizadores locales Leandro Lew y Matías Quincio, y me despertó sentimientos encontrados, eso me llevó a escribir este texto para esclarecerlos
Cómo advirtió Leandro Lew en el discurso de presentación, no puedo decir que me gusto - aunque sí me gustó - y celebro una producción llevada a cabo con tanto compromiso por jóvenes de la ciudad. Pero tengo la impresión de que hay, en lo que solemos llamar “lo imaginario”, unas influencias tan eficaces que, cualquier reflexión que se intente sobre la ciudad sin tenerlas en cuenta, termina reproduciendo un guión que parece un callejón sin salida.
Sé que el artículo es largo, pero no encontré el modo de acortarlo. Se también que se llevó a cabo un debate sobre el mismo en la Universidad local, del que no participé aunque entiendo que un tema así deja abiertas las preguntas. Este es el modo que elijo de sumarme.

Lo primero que me impresionó fue sensación de asistir a algo que ya había visto, y ello porque la verdad que se procuraba demostrar en el documental, ya parecía demostrada. Además, de esa demostración anticipada, no surgía ninguna pista respecto de cómo encontrar una salida a los graves problemas que se mostraban.
La película está muy bien hecha, con una consistente articulación entre lo visual y lo conceptual y un tratamiento minucioso de la narración. Hay gran variedad de recursos como los gráficos, las entrevistas, una cámara entusiasta que alterna vistas panorámicas con planos intrusivos que parecen querer llevar el ojo adonde no cualquiera llega. A todo eso se agrega la investigación de datos y cifras. De los recursos del documental, no falta ninguno. Y la música de Martín Damián, que es excelente.
Estoy seguro que el público que asistió a la presentación salió más que conforme. La sala estaba llena con alrededor de setecientas personas, y al parecer, en la primera presentación hubo igual cantidad. Esto ya es auspicioso más allá de cualquier análisis, y muestra que la película acertó en las opacas condiciones de la convocatoria comodorense. Aunque temo que esa conformidad le debe tanto al imaginario que mencionaba al comienzo como a los méritos de la película.
El documental trata de los efectos de la explotación petrolera sobre la ciudad. El modo en que esta provoca un crecimiento vegetativo sin el imprescindible desarrollo social. La consecuencia es una población altamente desigual, poco consolidada, en la que abundan las evidencias de un profundo malestar. El análisis de ese malestar se despliega alrededor de algunos ejes: el consumo desenfrenado, la venta de alcohol y drogas asociada al tráfico de personas y sexo, las violencias, la discriminación y el racismo, la apropiación de tierras y el déficit de control estatal. Y en general, un clima exasperado de recelo mutuo y desesperanza que tiñe todos los intercambios.
En contraste se muestran las cifras de la desigualdad, especialmente en los montos de las facturaciones anuales de las petroleras, cifras obscenas, ante las cuales los requerimientos de Comodoro parecen monedas. También se muestran las cifras de las fortunas personales de los dueños de dichas empresas. En esa columna - la de los que gozan - también se exhiben datos sobre el modo de vida de los trabajadores petroleros, presentados como beneficiarios de este modelo; beneficio que parece “compensarse” con las consecuencias que pagan por él.
Por otra parte, esa ebullición económica atrae inmigrantes de provincias y naciones vecinas que no encuentran, en sus lugares, las oportunidades de crecimiento que desean. Aquí no siempre resulta, pero parece que hubiera condiciones para intentarlo, y entre ellas, las formas del mercado negro que acompañan, como la carne a la uña, al mercado blanco. Claro que ese aporte migratorio colapsa la provisión de bienes y servicios de la población establecida, especialmente de la tierra, generando los conflictos que alimentan - entre tanda y tanda - la conversación matinal de las radios locales.
Entonces, el eje del documental se basa en un eje rudimentario: privilegiados y perjudicados, que tiene como consecuencia rebajar la política a su plano imaginario mas obvio: gozantes y gozados.
Mario Palma Godoy, historiador, lo dijo con claridad: esta relación siempre fue tensa y conflictiva y no es un asunto nuevo. ¿Qué es lo  nuevo entonces? Lo nuevo es que la concepción ciega de la explotación, propia del capitalismo contemporáneo, ha naturalizado, hasta lo obsceno, la creencia de que no hay más salida para la sociedad que ese modelo. Ahora bien, que la comunidad que lo sufre no lo ponga en duda, debe ser parte del problema y no de la conciencia de la situación. Tengo la impresión, de que la contundencia narrativa del documental se basa en confirmar ese presupuesto, y de ahí mi inclinación a señalarlo.
Oí por ahí que de estos asuntos no se habla y que el documental los pone al descubierto. No estoy de acuerdo, creo que en realidad conforman lo que voy a llamar: la conversación dominante de Comodoro Rivadavia; conversación que nace de la creencia central de su cultura. Se la puede oír en cualquier cola del banco o, como lo muestra el documental, con sólo subirse a un taxi(1). Una creencia cuyo grado de adhesión es tan grande que deja a todo el mundo inerme ante ella. A su vez, esa creencia, no puede ni cuestionarse, ni desmentirse, a riesgo de ser catalogado como sospechoso, ingenuo o indiferente. Tal es el grado de consenso que la sostiene. Esa creencia dice que el poder es Uno e Inconmensurable y que, ante él, no se puede hacer nada. Su voluntad es quedarse con todo y hacer daño. Sólo hay cómplices o víctimas inocentes pero impotentes. La acción queda relegada a la resistencia o a la denuncia que busca conmover, pero, a la vez, con la seguridad de que ese, que debería conmoverse, está lejos y no le importa nada. Desde esa creencia inexorable se buscan - luego - argumentos que demuestran lo que ya se cree absolutamente de antemano. Y se los encuentra fácilmente, porque la realidad del capitalismo tardío los provee a manos llenas. Pero ojo: una cosa es la creencia imaginaria en un poder de goce absoluto, y otra, muy distinta es cómo responder a las condiciones nihilistas de esta última versión del capitalismo. Y aunque cueste creerlo, mantener los dos planos separados es vital para no sucumbir al desaliento o al cinismo. O para no auto complacerse con las fantasías de reparación que, en Comodoro Rivadavia, son tan grandiosas como impotentes.
En la serie de los entrevistados no escuché que se discutiera esa creencia. Aunque, probablemente, esto ya fuera un efecto de la edición del material. Esta, mas la selección de los entrevistados, naturalizaron el rudimentario eje político que mencionaba al comienzo: gozantes y gozados. Y así se alternan comerciantes beneficiados y perjudicados, dirigentes gremiales beneficiados y perjudicados. Referentes comunitarios perjudicados y beneficiados. Y responsables formales, que por definición no pueden declararse perjudicados. Finalmente, los estudiosos del asunto, (debo decir que en esta última lista fui convocado) profesores, intelectuales y artistas, recrean un efecto de exterioridad, que procura asegurar cierto carácter “objetivo” como lugar de enunciación del documental. Pero es una ilusión, no hay un punto objetivo desde el cual contar la historia. Ese punto ya es el efecto del discurso en el que se sumerge la narración y, en mayor o menor grado, todos los entrevistados terminamos ubicados en él. Hasta los que no pueden eludir su implicación de ningún modo. Hay que recordar que ese punto, pretendidamente objetivo, es el que se usa para los objetos de la naturaleza, o sea los que están ahí, más allá de los criterios con los que se los aborde (una montaña es una montaña, aunque sea el cuerpo del dios comunitario o el límite infranqueable con el vecino). Utilizar ese criterio “naturaliza” el problema y libera al narrador de tener que dar cuenta de su posición, pero también toma al problema como una montaña.
La influencia de ese imaginario va más allá de este documental y puede rastreárselo en muchas producciones culturales en cuyo guión se ha infiltrado. A veces inadvertidamente, buscando obtener los efectos de reconocimiento y consenso que emanan de sus presupuestos. Es frecuente que la producción se desarrolle desde el punto de vista del sufriente y su testimonio. Así hemos visto producciones audiovisuales, obras de teatro, y todo un folklore que gira alrededor de los temas derivados de esa posición: el daño, el olvido, el heroísmo de la resistencia, la complicidad o la inocencia. La ubicación desde la posición del sufriente, si bien ha servido a los propósitos de la denuncia o de la visibilización, como se dice ahora, de situaciones injustas que estaban ocultas, introduce una inercia que impide salir de la oposición víctima - victimario, y ahí se empieza a girar en redondo. Esa distinción elemental no da cuenta de las complejas situaciones que plantea la cultura de la ciudad. Una persona que llega y se apropia de un terreno, por ejemplo, es a la vez “víctima” de las condiciones que propiciaron su migración, y “culpable” (lo pongo en comillas para que se entienda que no comparto ninguna de las dos posturas) de resolverlas mediante un acto que implica un daño para la ciudad que lo recibe. En ese punto es donde la discusión gira en redondo y desbarranca al plano moral. Pero gira en redondo si se espera encontrar una respuesta unívoca que reponga la certeza inicial de la creencia. O sea: la creencia en la unidad y su reposición. Creencia desde la cual todo lo heterogéneo se entiende como daño, defecto o error. El problema es que el recurso a la unidad es cada vez mas insuficiente y eso alimenta la creencia en un poder omnímodo capaz de comprarlo todo y frente al cual nada se puede hacer como no sea inmolarse en nombre de la verdad. La iniciativa queda toda del lado del Otro para salvar la unidad (viejo mito cristiano, por otra parte). Desde el punto de vista del sufriente sólo se puede sufrir, apelar o resistir, con el temor anticipado de la derrota(2).
En ese sentido el testimonio de Elo Vázquez es elocuente y describe con sencillez y eficacia, fuera de toda intelectualización, el circulo vicioso en el que está atrapada la ciudad. “eligen los que tienen el dinero para elegir, pero solo pueden elegir lo que se compra con dinero, entonces compran las cosas que les ofrecen por los aparatos que ya compararon” (El registro no es textual, trato de reconstruirlo de memoria). También subraya su descreimiento y recuerda con ironía las ilusiones que alguna vez tuvo. Su relato condensa una posición subjetiva mayoritaria en la ciudad, una posición defensiva que se sustrae a la dimensión política declarándose advertido: - no vuelvo a creer en nada.  Y esa posición desencantada y hasta cínica, es la que me preocupa, y creo, tal vez me equivoque, el video contribuye a remarcarla. Me preocupa porque esa posición arrasa con la dimensión política, único plano donde se puede discutir el poder necesario para cambiar algo. El que sufre no hace cálculos de poder: los ve como sospechosos de querer gozar, todavía más, a su cuenta. (Lo curioso es que Elo Vásquez ha desarrollado una riquísima actividad por fuera de los circuitos representativos formales y su experiencia, en ese campo, es mucho más rica que su desencanto).
Creo que mantener la distancia de esta creencia, especialmente cuando es tan abrumadora la evidencia del daño que produce la concentración hegemónica del capital, nos permitiría ir buscando alguna salida para los múltiples problemas que se plantean. Emplazar al estado a que los resuelva no alcanza. Mas bien el Estado aparece como impotente para hacerlo; aunque cambien las administraciones muchos de los llamados problemas estructurales subsisten. Emplazar al estado repone la creencia en la unidad y de hecho el estado, siendo su principal representante, aún no ha encontrado la forma de plantear esta discusión de cara a la sociedad, sin que se le vuelva, como un boomerang, la llamada “gobernabilidad”. Pero en el estado hay de todo, y es posible, si se suspende esa creencia unitaria, encontrar vías que vuelquen el poder que aún se conserva en segmentos del estado a favor de una meta política o de gestión que se pretenda.
Creo que si se mantuviera en suspenso la creencia en el poder de ese poder se podría empezar a pensar qué hacer con lo que ya no responde a la idea de unidad. Ya no hay una ciudad, como no hay una justicia, ni una salud, ni una educación; y qué hacer con todos esos fragmentos que aún funcionan es la tarea principal del tiempo  que nos toca. Para ello hay que acotar el pánico que despierta no contar con el sentido de unidad que amalgamaba la subjetividad moderna. Pero también el pánico que despierta la pulsión de muerte que habita en el corazón mismo del capitalismo, y que corroe todos los lazos y todas las distinciones con las que nos explicábamos el mundo.
Espero no despertar polémicas inútiles ni reclamos morales, a los que no tengo cómo responder y seguramente aumentarían mi propio desencanto. Creo que lo que se requiere es un esfuerzo de invención para encontrar soluciones heterogéneas a los problemas contemporáneos. Y para ello hay que encontrar un lugar a los fragmentos de lo que fue el otrora poderoso régimen simbólico, hoy en franca decadencia. Sería importante, entonces, evitar confundir las manifestaciones de su decadencia con las expresiones de un poder Absoluto. Suspender nuestras certezas, aunque sea angustioso, puede ser un camino.

(1)Una de estas tardes tomé un remise, y mientras viajaba tenía la sensación de que conocía al chofer. Y la sensación aumentó cuando comenzamos la consabida conversación sobre los problemas de la ciudad. Me resultó una agradable sorpresa encontrarme con un chofer que no propiciaba matanzas o expulsiones masivas. Por el contrario, definía muy claramente y con experiencia, el valor de la asociación, y de la paciente construcción de la representatividad. Tenía muy claro el uso que aún se puede hacer de ella para redistribuir continuamente el poder, manteniendo en suspenso la idea de unidad. Mi mayor sorpresa sobrevino cuando se declaró contrario a las movilizaciones catárticas que terminan en reclamos morales (movilizaciones que apuntan al corazón del Uno). Caí en la cuenta de que este hombre era el remisero del documental. Un segundo antes de que se lo preguntara él se adelantó y me contó su activa participación; también que me había reconocido y que por ello me sacó el tema. Delicias de vivir en un pueblo chico que parece grande porque sus problemas se parecen a los de las otras ciudades del occidente capitalista.

(2)Anoche, 4 de abril de 2014, fui al cine a ver el estreno de Betibú, un policial argentino, muy bien hecho, y sin embargo, para resolver los enredos propios del policial, se encuentra una solución, forzada a mi entender, mediante una referencia a una “organización” dotada del poder omnímodo de quitar la vida de cualquiera,  poder que “viene de arriba”. Por supuesto el único que cree en esa organización es presentado como un loco que ha dedicado su vida a estudiarla. Me sorprendió ver cómo se reproduce ese mito que, insisto, conviene mantener separado, aunque cueste, de cualquier lectura que se haga sobre lo social.




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