LAS VUELTAS DEL PERRO
Apuntes sobre la muestra de César Barrientos y Jorge Spíndola en el Centro Cultural Comodoro.

Escribir puede ser una forma de despejar
los propios prejuicios. Este parece ser el caso. Empecé a escribir sobre César
Barrientos por el interés que me despertó su obra en cuanto la conocí. Había en
ella algo que funcionaba, lo que no es frecuente, y además estaba hecha por un
artista que tomaba como tema lo que encontraba a su alrededor, sin más contacto
con el mundo del arte que el imprescindible. Parecía una especie de emergencia
del arte es estado silvestre. Una especie de artista - lobo, diría,
parafraseando aquella figura del niño - lobo que cada tanto cautiva a los
estudiosos.
Pero el artículo se demoró dándole
vueltas a un obstáculo que no podía precisar. ¿Cuál era el obstáculo? Lo puedo
decir ahora que todas esas vueltas me han permitido despejar un poco su
influencia y volcar esa elaboración en este comienzo. Tenía una resistencia a
que, esa condición “silvestre”, que parecía emanar de su posición artística, se
constituyera en la prueba de que para hacer arte no se necesita ninguna otra
cosa que expresarse, “reflejando” la propia experiencia y la de los vecinos.
Como no comulgo con este ideal
tan extendido, me defendía por anticipado de que fuera yo el que le aportara
consistencia. De ahí el obstáculo, y de ahí que tuviera que escribir para
despejar mis prejuicios. Prejuicios que se reconocen cuando se levantan, frente
a nosotros, oposiciones tajantes, entre esto y aquello, y ante las cuales nos
sentimos obligados a tomar partido. Reconocía el prejuicio y no quería que
afectara lo mucho que me gusta su obra.
César Barrientos se define a si
mismo como un artista barrial y esta definición es la que generaba mi dificultad.
Porque, a mi entender, la obra de César Barrientos no nace de una necesidad de
hacer visible su barrio o e consolidar una identidad barrial, estas, en todo
caso, son consecuencias secundarias de su acto. Su impulso nace de lo que Ives
Bonnefoy(1) llamaba “la oscura voluntad de hacer obra”, y que, a pesar de tantos
intentos por explicarla, ha mantenido su misterio. Y ese misterio, y no la
identificación al barrio, es lo que despierta el interés de esta obra en plena marcha
y de los muchos momentos altos que logra. Su rumbo lo dará el tiempo y la
maduración de esa voluntad.
Según cuenta Barrientos, en sus
comienzos se encontró con un libro de impresionistas franceses y alemanes, de
donde tomó todo lo que necesitaba para responder a sus ganas de pintar, luego
de eso ya estaba listo para aplicar el “método” a su barrio.
Durante la inauguración de la
muestra, se presentó y dijo: “Soy César Barrientos, nací en un barrio que se
parece a mi patio y mi patio se parece a mi barrio, y en mi patio hay un árbol
donde paran los gorriones, se enredan las bolsas y suben los gatos: igual que
en mi barrio” Una delicia como lo dijo que explica también el encanto y la
sorpresa que suscita su obra, no solo entre el publico en general (si es que
existiera tal cosa) sino también entre sus vecinos.
Parecería una aplicación de aquello de pintar
la aldea, pero creo que el procedimiento es un poco más complejo. Barrientos
va de un patio al otro y al otro, y
obtiene, de la suma, un barrio que no
deja de ser patio. Y si a eso le suma un gorrión y otro y va de un gato a una
vecina que riega la vereda de tierra, obtiene una narración abigarrada,
compuesta de muchos patios, techos, calles y vecinos: iguales y diferentes.
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"MILOCHO" Acrílico |
Cada cuadro está repleto de
detalles que constituyen una totalidad provisoria, ya que por los bordes de
cada cuadro se podrían seguir sumando patios y postes hasta cubrir la sala. Se
me ocurre que este procedimiento
aluvional equipara las casas, con la arena que arrastra el viento, y con los
gorriones y los gatos, pero también con los vecinos que van sumándose. Se
obtiene una visión muy ajustada de los modos del poblamiento en nuestra región.
Pero volvamos al campo de la
pintura y supongamos que Barrientos quiere pintar uno de esos postes de luz tan
presentes en sus cuadros. Toma un color de base, que se repite a lo ancho del
cuadro, y traza con el pincel una mancha cuya forma coincide con la forma del
poste de luz. Se dirá que estoy dando vueltas, que basta con decir que pintó el
poste y listo. No, él utilizó una mancha de forma similar al poste, porque la
materia y el gesto que la dispuso en esa forma, nunca se pierden de vista. No
tendría el mismo efecto si dibujara el contorno del poste y luego “rellenara”
el perímetro con una pintura. El dibujo es mental, separa con su trazo lo que
dibuja, lo distingue, lo identifica. En cambio la pintura mezcla, su materia
está propensa al desborde que altera la pureza de los colores o los modifica
irreversiblemente. Expuesta al desborde por una excesiva carga del pincel o por
un gesto desmedido o timorato. Da igual, la pintura es sensorial y pone en la
superficie el cuerpo y sus sustancias. Todo ese proceso hay que conducirlo y
Barrientos aprendió a hacerlo traduciendo su procedimiento de mezclar
gorriones, patios, gatos y bolsas con la pintura que los mezcla “naturalmente”.
Aquí podemos intentar
profundizar sobre esa oscura voluntad de hacer obra de la que hablábamos al
comienzo. La palabra “mímesis” que intentó designarla, la entendió como mera voluntad de imitación, como si solo se
tratara de maravillarse ante un reflejo del mundo. Y creo que es mucho más
profundo que eso. Por ejemplo, cuando un cazador prehistórico pone sus manos
pintadas en la piedra, y pinta sobre ellas o debajo de ellas el guanaco
anhelado, no podemos más que evocar el gesto primario de apropiarse de una
realidad esquiva e imprescindible. Decir que nuestro antepasado querría
“ponerle las manos encima” es reducir el gesto a lo obvio. Esa voluntad
convertida en gesto es la condensación de un objeto y el movimiento del cuerpo
que lo aprehendería, y por ahí va la oscura voluntad. Debo pedir disculpas por dar
tantas vueltas para entender los barrios pintados de Barrientos. Pero es
importante porque, del mismo modo que no sabemos lo que era el guanaco para
nuestros antepasados, ya no podemos decir lo que es el barrio después que lo
pintó Barrientos. Reducir el guanaco a la banalidad del hambre de nuestro
pariente lejano es una falta de respeto con ese gesto misterioso que, antes de
ir corriendo a agarrar el guanaco, se demoró a pintarlo en una cueva. ¿Qué
regocijo previo mas intenso que el guanaco mismo lo orientó? Del mismo modo,
reducir el barrio a la queja del olvido o al sermón de la identidad no le hace
justicia al esfuerzo fundacional que implica instalarse en un barrio y afirmar
que ese lugar es tan bueno, o tan malo, como cualquier otro para hacer crecer
una vida.
Pero hay más en esta mímesis que
Barrientos hacer actuar entre nosotros. Él cuenta que toma su método del
impresionismo, y no lo dice como si aquel movimiento, ya histórico, fuera una
especie de categoría con la cual identificarse y decir: “yo soy impresionista”
(que también lo hemos oído). No, él toma del impresionismo el procedimiento de
homologar materia y luz, sólo que reemplaza luz por viento. De tal manera que,
si el impresionista busca hacer con la pincelada y el color lo que “hace” la
luz, el busca hacer con el pincel y el color lo que hace el viento. Y entonces
barre, barre con el pincel cargado de materia, las direcciones que traza el
viento y el polvo que levanta. Y ese polvo condiciona la luz. No hay ninguna
objeción en llamar, impresionismo, a este procedimiento.
Pero además, e identificado a
ese viento, Barrientos (¡cuantas homofonías con el apellido, no solo barrios y
barrer, también vientos!) Barrientos, decía, sobrevuela los barrios, se asoma a
sus pendientes o se emboca en sus esquinas. Así entonces: mirada, acto de
pintar y tema, quedan fundidos de un modo tan perfecto que no cabe más que el
regocijo.
Una vuelta más al adjetivo
“barrial” que él agrega a su práctica, y que despertaba mis prejuicios. Y es
que para mi, esa orientación tiene en su centro una exigencia de orden moral:
la fidelidad al barrio, fidelidad que se resuelve en una identificación a una
forma. Las dos cosas, la exigencia moral y la identificación a priori con una
forma, se constituyen en una especie de canon que, en el arte, exige un
esfuerzo para que no funcione como un limite. Pero desarrollar este asunto quedará
para otro artículo.
Para el caso de Barrientos entiendo
que la adhesión barrial no es el origen de su obra si no, más bien, el efecto
narrativo de su método. Tampoco es el caso de Jorge Spíndola, nuestro poeta,
quién lo acompañó generosamente en la muestra. Leyó él mismo esos poemas que
tanto gusto da volver a escuchar, y que, entiendo, ya son parte de la memoria
de la ciudad. Y sin bien Spíndola se puede poner gustosamente el sayo de
barrial sin complejos, su obra tampoco nace de la identificación a ese canon.
Enrique Pelicón, (Subsecretario de Cultura) en su discurso de apertura lo dijo de
mejor manera y, mientras hacía gestos de tomar una pelota tirada a las manos,
se preguntaba: “¿Porqué Spíndola nos la da (a la poesía) redonda…?” Y afirmaba
con sorpresa: “¡porque nos la da redonda!” Un ejemplo de cómo aún en el
despojamiento, o en la aparente “redondez” de una imagen, se mantiene el
misterio que impide que terminemos encontrando en ella solo un reflejo de
nosotros mismos. Por suerte Spíndola lo sabe de sobra y ojalá Barrientos lo
siga. Una celebración haber asistido a su encuentro. Y disculpen las vueltas,
son mañas de perro viejo.
(1)
Lugares y destinos de la imagen, de Yves Bonnefoy. El Cuenco de Plata, Buenos Aires, 2007,
(2) http://jineteinsomne.com.ar/wp-content/uploads/2014/01/Perro-Lamiendo-Luna-Web.pdf
pag. 78
(1)
Lugares y destinos de la imagen, de Yves Bonnefoy. El Cuenco de Plata, Buenos Aires, 2007,
(2) http://jineteinsomne.com.ar/wp-content/uploads/2014/01/Perro-Lamiendo-Luna-Web.pdf
pag. 78
Gracias, José Luis. Tus vueltas de perro no son en vano, apresan, deslindan, aportan a la comprensión de ese mundo trazado, barrido por la "voluntad de obra" de César Barrientos. Tu trabajo paciente ayuda a quebrar el hueso del lugar común, en este caso "lo barrial" como si eso fuera sólo algo dado que estuviera allí para ser "expresado". Desnaturalizar esos cánones permite entrar por el lado del trabajo, la voluntad, la construcción o deconstrucción que hay en lo que vemos y, con suerte, vivimos allí como nueva experiencia en el mundo. Gracias!
ResponderEliminarWonderful art, really speciell.
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