“El Juego Del Fuego, Cerámica Argentina Contemporánea”
CERÁMICA
CONTEMPORÁNEA
El sábado se inauguró la muestra “El
Juego Del Fuego, Cerámica Argentina Contemporánea” Integrada por obras
producidas por quienes acompañaron, en su formación, a los integrantes del
Taller de Arte de Rada Tilly. También integran la muestra obras de los docentes
y fundadores de ese taller que fue, como dijo Majó Abeijón en el acto de
apertura, la semilla de la Dirección de Cultura de la ciudad. Todo ello en el
marco de los veinticinco años de actividad del Taller y en el magnífico salón del
Centro Cultural Rada Tilly donde desembocaba – por fin – aquel movimiento.
La
muestra está muy bien montada, y se puede hacer un recorrido por los diversos modos
de hacer cerámica hoy en día. Y más allá de reseñar una muestra entrañable en
más de un aspecto, me pareció una ocasión para reflexionar sobre las artes de
oficio y las tensiones a las que está sometida su práctica.
Empiezo
confesando mi ignorancia en esta disciplina de la que desconozco mayormente sus
técnicas, sus referentes, y de la que a veces me fastidia cierta atemporalidad
que afecta a su objeto. Aún así voy a procurar decir algo, no desde la
perspectiva del ceramista, que me está vedada por estas razones, sino sobre la
condición de contemporánea que la anuncia, y más específicamente sobre algunas
obras del conjunto que responden a esa condición y a cuyas autoras conozco lo
suficiente.
Y
aunque está muy bien el título, al ponerle el adjetivo, contemporánea, me
despertó una pregunta ¿Cómo es contemporánea la cerámica?
Es
que la palabrita “contemporánea/o” se impuso y no puede ocultar que porta una
demanda proveniente de la expansión de las prácticas hegemónicas del arte. Aclaro
que tampoco adhiero a esa definición defensiva que, frente a la exigencia, se
desentiende, apelando al argumento de que, cualquier cosa que ocurra “contemporáneamente”
es contemporánea. No es así. Hoy por hoy, y como siempre, en un mismo tiempo
pueden coexistir fenómenos sintonizados con su época, con otros que responden
de manera diversa, algunos adelantándose a ella, y que son los que más me
gustan (cuando los reconozco).
No
digo nada nuevo si afirmo que, la cerámica, es el oficio más viejo del mundo, y
mucho más viejo aún que aquel al que habitualmente se le atribuye ese carácter.
Diría que es sólo superado en antigüedad por la talla de herramientas de piedra
o hueso. Inmediatamente luego le sigue la cerámica. Su aparición marca punto de
inflexión en el cual, una cultura, abandona definitivamente el estado de
naturaleza. Y lo que define ese paso es la adquisición de la capacidad de almacenamiento.
Paralelamente a esa utilidad fundamental, la cerámica despierta, desde siempre,
el regocijo de imitar la realidad común modelando una materia dócil, plástica y
accesible. Esos dos aspectos, la utilidad y la capacidad directa de imitar la
realidad con una materia plástica, son la memoria misma de la cerámica, memoria
fundida con su materia y con su oficio. De nuevo: ¿Cómo puede ser contemporánea
la cerámica?
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foto de Miguel Fiordelli Chiacchiarini |
Durante
años, la cerámica ocupó esas dos dimensiones sin demasiados complejos: o
cacharros o figuras. Pero ya le resultó difícil responder a la exigencia
hegemónica anterior, la de un arte puro despojado de cualquier otra intención
que no fuera el arte mismo. Ella no podía desprenderse de su condición
artesanal sin traicionarse a sí misma. Este hecho la ubicó junto al grabado o el mismo dibujo, en la condición de
“arte menor”. Claro que esto ocurría en las épocas de las “artes mayores” en
donde la condición de arte la daba el despojamiento de cualquier intención que
no fueran las purezas del arte mismo.
Pero
luego los tiempos cambiaron, todas las artes fueron reclasificadas y las
fronteras entre oficios y disciplinas se borraron o se fusionaron. La meta dejó
de ser la eternidad de la buena forma para alcanzar, por el contrario, la
fugacidad y la desmaterialización. El arte dejaba atrás su atadura al objeto
para explorar la experiencia misma del arte.
Su
presencia está tan incorporada a nuestro cuerpo, que si se dejara un poco de
barro en una mesa, estoy seguro de que alguien intentaría, aunque más no fuera,
imprimir un dedo en esa masa. Y con un poco más de audacia, una letra, o una
bola con las dos manos. Es un gesto primario, primigenio incluso. Una de mis
hijas modeló su primer monigote en plastilina y no en un dibujo. Y no tengo
dudas de que allí, en ese gesto, fundó su
cuerpo como representación. El suyo y el ajeno. Y este mito fundante está en la
base de la mitología occidental donde el mismo Dios modelaba en barro. Otra vez
entonces: ¿Cómo puede ser contemporánea la cerámica?
Puede,
claro que puede, como cualquier otra forma de arte, porque lo contemporáneo es
un modo de practicar una disciplina, un modo cuyo principio es introducir la
pregunta por su lugar en la cultura. Si a ese lugar se lo da por sentado ya no
es contemporáneo.
Es
que la cultura ha cambiado de signo, y hasta no hace mucho representar el mundo
no tenía ningún misterio. El modelo era el natural, y así como existen árboles
existían las otras cosas conocidas por la sensibilidad. Por ejemplo, se podía
decir: esa persona es una mujer y si alguien preguntaba por qué, se contestaba sin
dudar: porque los datos de la sensibilidad lo indican. Hoy no se podría responder de la misma manera. Hoy
hay que considerar que una mujer, es una mujer, porque así lo eligió, y ello en
el ámbito de un discurso* que la habilita. Y si eso ocurrió con una de las
identificaciones fundamentales, ¡que no
podrá ocurrir con una obra de arte cuya naturaleza es “representar al mundo”,
con todas las resonancias de ficción y hasta de disparate, del término!
Entiendo
como contemporánea, cualquier producción que ponga de relieve esa modificación
de su lugar en la cultura. Y mejor si pone en evidencia el discurso del que
proviene. Y mucho mejor aún si deja ver de qué modo influye, ese discurso,
sobre los cuerpos que afecta.
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foto de Miguel Fiordelli Chiacchiarini |
El
asunto es que, si una obra se muestra en un ámbito institucional, como el
Centro Cultural Rada Tilly, esa operación se hace sola. Y pone en evidencia
aquellas obras que hacen como que no ha pasado nada, y que declaran – en acto –
que su práctica no tiene porque cambiar, a veces apoyándose en la potestad del
autor, que lo habilita a declarar válidos los métodos que elige. Hay otras obras que responden con
una reafirmación lúcida de la tradición de su oficio, profundizándolo incluso.
Y hay que distinguir claramente una posición de la otra. La primera deja ver su
negación y no tiene más alcance que la nostalgia. La segunda en cambio está en
condiciones de formar comunidad a su alrededor. Y este me parece un camino muy
interesante a explorar como respuesta a una cultura que hace rato perdió
la unidad. Por ejemplo, en la muestra
sobre la que escribo, pueden verse dos conjuntos de piezas cocidas en alta
temperatura, cuyo valor me fue destacado por Adriana Vázquez, sin duda
integrante de esa comunidad. Pero, por mi mismo, no podría haber apreciado ese
valor.
Finalmente
quiero referirme a tres de las obras presentadas, cuyas respuestas a la
pregunta que formulo son diferentes, pero ejemplares.
En
primer lugar la obra de Bárbara Stassi, quien presenta una instalación
compuesta por una gran cantidad de símiles de casetes, realizados en cerámica blanca y dispuestos en una cuadrícula
impecable. Los dobles cerámicos de aquellos objetos que alguna vez fueron un
adelanto tecnológico, tienen de por sí una presencia inquietante. Una
advertencia de qué, cualquier adelanto tecnológico, va a correr la misma
suerte, como ya pasó con la cerámica misma, las cajitas de música y hasta el
mismo auricular colgado frente a la obra, en donde Bárbara explica su propósito
a través de su voz grabada. La insinuación de que todo eso va a correr la
suerte del casete, era ya lo suficientemente potente y, a mi juicio, no
necesitaba del video que la autora proyectó sobre ellos. Hay que decir que el
uso de tecnología no alcanza para volver
contemporánea una producción. Es un prejuicio – contemporáneo - que a veces
confunde proceso con agitación.
La
segunda obra a la que quiero referirme es la de Claudia Gómez, de quién puedo
señalar su fidelidad al oficio y la seriedad de su trabajo. Y ella presenta una
obra que reflexiona sobre la cerámica misma. Eso es lo que la hace
contemporánea. La pregunta está puesta en acto y exhibida con las dulzuras del
método cerámico, pero pensada rigurosamente. La obra se compone de dos partes. A
media altura y sobre un pedestal, se muestra un cacharro orgulloso. Exhibe los
favores del método, la perfección de su contorno, la seducción de sus esmaltes
y la belleza que se ha desprendido, por fin, de la utilidad. En un panel
posterior que le sirve de fondo, la autora dispuso varios listones verticales
en donde se alinean multitud de objetos pequeños, como cucharas, algo así como dientes
de tiburón, letras de molde y unos
cuadraditos cuyo uso es importante en el horno cerámico, en donde
sirven para diferentes propósitos. Pero justamente, esa genuina función
utilitaria y la certeza de que no serán exhibidos, se vuelca aquí en provecho
de la pregunta. El objeto a exhibir, único, tiene el mismo origen que esos
otros que le han servido de prueba, de soporte, de testigo. Y son estos, justamente, los que sirven de
vehículo a la pregunta por el sentido de la proliferación. Cualquier similitud
con los medios de producción y el valor de la belleza en el orden burgués, es
mera coincidencia. Impecable.
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foto de Miguel Fiordelli Chiacchiarini |
Y
por último quiero referirme a la más entrañable de todas las obras que vi y en
cuya presencia experimenté la emoción que despierta el arte cuando está encarnado.
Se trata de la obra de Adriana Vázquez, una artista que produce cuando la obra
está madura, a veces con muchos años de intervalo entre una y otra. No tiene
obligación de responder a ninguna exigencia y así lo hace saber en su obra.
Pero al hacerlo, afirma su respuesta a la época, y eso la hace contemporánea. La relación entre el
discurso y el cuerpo está fundida en la obra haciendo imposible separarlas. No
se puede leer: se experimenta. El conjunto consiste en una secuencia de cuencos
de formas orgánicas que funden la referencia a la concha marina con el oído que
recibiría su sonido. El conjunto se dispone en línea para poner de relieve el
otro efecto de su propuesta. Vistas así, pueden distinguirse dos series que
relacionan el color y la textura de los cuencos. Una es áspera, marcada de
surcos pardos que evocan las huellas de la restinga*, cuando queda al
descubierto la arcilla, marcada por el ir y venir del mar en sus mareas. La
otra textura es un esmalte verde, profundo y acuoso, que recorre la serie en el
sentido inverso a la anterior. Las dos aprovechan la posibilidad metonímica del
fragmento de evocar la totalidad de las superficies: del mar, de la playa, del
interior de las conchas – cuencos, pero también de la piel. ¿Hay discurso, o es
pura sensación? Claro que hay discurso: secuencia, orden, recorrido, metonimia,
son todas operaciones retóricas propias del discurso. Pero hay cuerpo, presencia
del cuerpo, en el silencio, en el espacio que rodea la serie y en las
operaciones que le suscita al espectador, que se ve incitado a agacharse y
levantar alguno y llevarlo a al oído. Pero no hace falta, porque él mismo es
llevado por el ir y venir de los cuencos, convertido en mar, o en el interior
umbroso y húmedo que lo recibe. Eso no es una obra estática, aunque los cuencos
estén quietos en su soporte. Hay ahí un movimiento que ninguna técnica podría
remedar. Eso también es contemporáneo.
Y
debo dejar por acá. Reitero que mi propósito no fue hablar de la totalidad las
obras que componen la muestra, lo que me hubiera obligado a referirme a cada
conjunto. Eso lo harán los que saben y las ganas de ir de visita a esta muestra
que espero que despierte este texto. Mi propósito fue reflexionar sobre el
tiempo que nos toca vivir a partir del arte, que sigue siendo un modo posible
de hacerlo.
*Debe entenderse la palabra
discurso, como el conjunto de relatos, nombres y categorías eficaces que dan
forma y regulan la apariencia del mundo, ese “dispositivo discursivo”, como se
le dice, determina el piso de creencias que dan consistencia al mundo, hasta
precipitar en el sistema de leyes donde se fija la eficacia.
* Restinga: zona intermedia entre
el mar y la playa, que el mar cubre y descubre con las mareas.
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