MI RESPUESTA.

Me dice que podemos ir más
allá del mercado, creo, sin embargo, que la influencia del mercado tiene
efectos mayúsculos sobre la palabra política. La homogenización que sufren
todos los objetos que entran en el ámbito del mercado tiene un efecto
disolvente sobre dicha practica. Por eso me parece un cálculo deliberado que el
relato de Videla fuera dirigido allí bajo el formato de declaraciones periodísticas
testimoniales, un género que apunta
precisamente a producir credibilidad. Vuelvo sobre lo que ya dije: la palabra
de Videla era esperada, y generaba expectativas sin duda, pero por ello debía
dirigirse al ámbito judicial, donde debio haber aportado al establecimiento de
la historia. Ninguna otra historia puede establecerse hasta no esclarecer, por
ejemplo, la cuestión del destino de los desaparecidos o de la sustracción de
menores. Esta cuestión adquiere el estatuto de una verdadera refundación del
orden discursivo.
En segundo lugar, me
atribuye un paradigma que no se cual es, pero, para despejar confusiones, yo no
creo que haya algo así como una descripción última y verdadera de la realidad
(con mayúsculas) a la cual arribaríamos si nos pudiéramos poner de acuerdo.
Justamente, porque entiendo que la realidad se sostiene en la circulación
continua de enunciados, cada uno con su régimen de verdad. Ello determina la eficacia
de la palabra política en función de la capacidad de influir en esa discusión. De eso se trata el régimen
simbólico. Desde ahí se pueden inferir intenciones, anticipar movimientos etc.,
y fundamentalmente poner en juego el poder que se cree tener para modificar
políticamente ese orden. Desde esta perspectiva entiendo al estado como el
soporte simbólico de esa controversia traducido luego al sistema jurídico
institucional que procura estabilizarlo. Y no confundo al Estado con el
gobierno de turno que lo actualiza.

Por último la cuestión de
la teoría de los dos demonios, que bulle, como digo, o roza, como dice, su
texto. Es cierto que en su conferencia no hay ninguna condena a los grupos
insurgentes, pero en mi opinión esto no basta, ya que la reintroducción de la teoría
se da por la dirección que organiza el ensayo. Como se parte de la hipótesis de
que Videla se justifica en un relato de guerra, se hace girar al texto
alrededor de un objeto que se duplica: dos memorias, dos olvidos, dos
combatientes. O en el inicio de la conferencia, cuando dice: “…disponer la
distribución más habitual, más previsible y más cómoda: de este lado, el
nuestro, la memoria y el testimonio; del otro lado, el suyo, el olvido y el
silencio” Y creo que por esa pendiente se confunde la posición de Videla con la
orientación del ensayo, ubicando a dos adversarios simétricos en el lugar del
objeto de estudio. Es cierto que no hay ninguna adhesión a la tesis de Videla, pero
tampoco encontré que dijera taxativamente que no hubo ninguna guerra, porque no
hubo ninguna guerra, hubo terrorismo de estado. Es decir una agresión masiva,
organizada y expansiva que durante cuatro años al menos sembró el terror en el
país. Sus efectos aún están instalados entre nosotros y fundamentalmente en el
miedo y su manifestación como odio y desprecio a la política.

Quisiera terminar aquí la
polémica. No veo ningún beneficio de continuarla conmigo. Estoy seguro de que
no le faltarán interlocutores en las muchas y diversas comunidades donde
circula la palabra política. Le agradezco el debate que ha sido muy enriquecedor.
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