¿QUE PRETENDE USTED DE MI?
¿QUE PRETENDE USTED DE MI?
Prudentes notas sobre fotografía.
Festival de la Luz. Rada Tilly
2012
Este texto fue redactado en oportunidad de la charla que, con el mismo nombre, realicé en Rada Tilly la semana pasada. Se dijo mucho más, pero que sirva como una constancia o algo así.
Este texto fue redactado en oportunidad de la charla que, con el mismo nombre, realicé en Rada Tilly la semana pasada. Se dijo mucho más, pero que sirva como una constancia o algo así.
Así rezaba una célebre frase
atribuida a Isabel Sarli y pronunciada en el momento en que era sorprendida, con su
generosa humanidad, apenas cubierta con sus manos. Se dice que fue en una
escena de la película Carne, aunque al parecer nunca fue dicha. Prodigio de la
lengua.
¿Quién sorprendía a Isabel,
cubriendo apenas con sus manos, esa
belleza sostenida un minuto antes de algo? No importa, el lugar en esa imagen
nos queda ahora reservado a nosotros, espectadores, a quienes se nos permite
asomarnos al espectáculo de nuestra propia inocencia a punto de ser violentada.
No es extraño que esa imagen sea la de una mujer, ni que su belleza parezca
apunto de degradarse. Ni que la película se llamara Carne y creara a su
alrededor un halo de leyenda que no permite decidir si fue, efectivamente, una
obra critica mal comprendida, o simplemente una especulación vulgar.
- ¡Oiga! Si usted quiere representar su inocencia con la imagen de una
mujer entrada en carnes, hágalo, pero a
mi no me meta en el baile. ¡Yo tengo las cosas muy claras y se de que lado de
la película estoy!
¡Si Juan! Desde que se inventó la
fotografía las cosas no han dejado de complicarse como para saber de que lado
de la película quedamos. Justamente, si hay algún interés en estas notas, es
poner en evidencia que el acento que hemos puesto en la imagen, no ha cesado de
adelgazar el sentimiento de realidad, y de un modo tan escandalosos que mucha
gente tiene la sensación de estar a punto de volverse loca.
- Vamos…, gente extraviada siempre hubo, ¿o me va a decir que los locos
son un asunto de estos tiempos?
No, claro, pero no hablo de
locura, hablo de gente que cree que va a volverse loca. Y justamente porque ya
no sabe en que creer. Los locos por el contrario son más normales que nunca.
El problema es que el impulso
dominante de la cultura procura tratar cualquier asunto como si fuera una
imagen. Es así: se toma una cuestión cualquiera y se la reduce a sus formas más
aceptadas y a este consenso se lo da por real. Luego, se le pide a un diseñador
que lo embellezca sin que pierda esas propiedades generales. Se obtiene así un
producto lo suficientemente normalizado como para ser vendido en el mercado. Esto
es válido para un jabón de lavar y para un candidato a presidente. Claro que la
gente no come imágenes, y un mundo creado a imagen y semejanza de las imágenes
más vendidas no es viable, engendra una acuciante sensación de irrealidad, a la
vez que abre el impulso a buscar lo verdadero…en la carne.
De ahí que la referencia a Isabel
Sarli me permita introducirme en el modo en que la subjetividad contemporánea
se alimenta de la fotografía, a la vez que esta le brinda sus fantasmas e
ideales.
Estos fantasmas a los que me
refiero nacen en un punto preciso: uno en el cual, al modo de la estructura de
un cristal, se van generando las diversas faceta en las que el mundo cobra
forma. Una de las caras de ese cristal queda del lado del candor isabelino, y
la otra, del lado de las intenciones que se le suponen al que se asoma.
Intenciones que se suponen obvias.
Ese cristal facetado, que refleja
las imágenes mas generales con las que nos identificamos ha ganado influencia a
un punto tal, que la realidad toda se ha convertido en una gigantesca imagen. Y
más aún desde que sabemos mejor como construirlas, guiados por discursos muy
precisos que pueden estudiarse como se estudia la estructura del policial negro
o del bolero.
Pero volvamos a Isabel y sus
carnes. La imagen se nos presenta en el momento mismo en que Isabel es sorprendida.
Lo sabemos por sus gestos. Su desprotección se acentúa con los intentos de cubrirse
de la mirada y las intenciones de aquel que se acerca y que, aunque parezca
obvio, aún no las ha revelado. De ahí la frase cuyo éxito estriba, justamente,
en lo que adelanta. Queda sugerida la idea de que semejante situación podría
ser deseada por Isabel. Que su entrega crédula podría envolver un deseo que
superara sus precauciones. Y lo mejor: se ve cumplido el anhelo de asegurarse
que, quien se acercara, vería colmadas sus expectativas sin rechazos enojosos.
La imagen de Isabel cubre con su
potente velo - la engañosa desnudez - ese punto de incertidumbre. Ese punto
donde, tanto las intenciones del que llega, como las de quién espera, quedan en
suspenso abriendo el campo de una revelación capaz de mostrar la “verdadera”
naturaleza. En ese punto no hay imagen que nos proteja: instante anterior a la
revelación o al desencadenamiento.
Ese punto es el lugar del desvanecimiento
del sujeto ante la imagen y para la intención de estas notas, importa saber que
es tan acuciante para el espectador como para el fotógrafo. El primero tiene el
recurso de lo conocido, puede apegarse a las intenciones explicitas del
fotógrafo, aquello que Barthes llamaba el studium.
El fotógrafo puede entregarse a disparar en salvas, en la esperanza de que
la técnica lo alivie de ese instante de decisión donde él desaparece. Pero la
edición posterior lo confrontará de nuevo a una situación similar. Y al elegir
una foto entre el montón de las que registran su asunto, se encontrará que
todas pierden algo y que no hay ninguna que asegure la recuperación perfecta.
En ese punto incierto, espectador
y fotógrafo se confunden. Ambos quedan expuestos a un agujero que se abre ahí
donde ningún cálculo los protege.
Ese punto - sujeto - ha sido
nombrado de diversas maneras: punctum le
llamó Barthes por oposición al studium.
El consenso general y conocido en oposición a lo incalculable. Y si bien lo
puso en evidencia desde el lugar del espectador, lo que dijo es igualmente
cierto para el fotógrafo. Ya sea en la captación rápida de una escena, o en el registro
calculado, producido, o incluso teatralizado, hay un elemento que no se puede
decidir y que funciona como un vórtice, determinando la elección de la toma, o
si se quiere “el misterio” de la foto.
Ese punto es el lugar de la
pérdida y si se quisiera eliminarlo, la foto terminaría adquiriendo un carácter
estereotipado y previsible. Justamente, el acierto de una foto estriba en la
disposición el fotógrafo a dejarse perder en el momento de la toma. En tiempos
del laboratorio artesanal, el revelado compensaba un tanto esa pérdida. Ese
momento casi mágico en el que, en la oscuridad rojiza del cuarto, comenzaba a
tomar forma la imagen en el fondo líquido de la cubeta. Y había que soportar
todavía que se completaran los pasos del proceso químico para poder levantar el
papel para “ver que había dado”.
- ¡Usted es un nostálgico resentido! ¡Uno de esos minusválidos que no
quieren aceptar que el mundo cambia sin esperar a nadie!
Si y no. Por un lado es cierto
que se trata de la vieja melodía de occidente llorando por la tradición arrasada.
Pero también hay que decir que el paso que se ha dado implica un salto
cualitativo cuyas consecuencias aún no hemos valorado lo suficiente.
Sucede que el saber de que modo
un asunto cualquiera puede convertirse en una imagen, hace posible eliminar ese
resto perdido en el que la imagen fundaba su riqueza. Resto en el que cada uno podía
encontrar su lugar. Un lugar intransferible, único, pero a condición de que
estuviera perdido.
La imagen en general, y en particular la
fotográfica, es una especie de velo que a la vez que nos rechaza, nos incita a
atravesarla. Ese es el secreto que el mercado procura aprovechar para volcar
sus favores en su beneficio.
Si la imagen de Isabel encarna el
punto donde nos desvanecemos ante el abismo de las intenciones ajenas y nos
sentimos “expuestos”, (valga la redundancia en una charla dedicada a la fotografía)
es justamente porque en ese punto aparece angustia…, pero también el gusto.
El mercado, en su torpeza, cree
que haber encontrado el modo de apropiarse de esa inocencia, para venderla
precisamente. Ya lo dije al comienzo, se toma un asunto cualquiera, se lo reduce
a sus formas de mayor consenso y luego se las rediseña para normalizar el gusto.
Lean Los Bárbaros de Baricco* y podrán ver como se han fabricado vinos,
jugadores de fútbol y otras cosas,
solamente con diseño y buenos relatos; solo hay que saber describir bien “los
frutos rojos” de cualquier cosa y luego venderla.
Claro que los frutos rojos, o los
acentos de vainilla, no dan lo que Benjamín llamaba el aura, la cual, a la vez
que instalaba una lejanía, nos conmovía en los más intimo. Pero la lejanía no
es una de las virtudes del marketing, que sueña con una presencia continua y
asegurada.
- ¡Ve que es un nostálgico! Seguro que prefiere a esos jugadores de
barrio, atorrantes, que un día se levantan bien y le hacen milagros, ¡pero sepa
que esos mismos tipos, se levantan atravesados y lo dejan con las ganas! Puras
nostalgias…ahora viejo hay que cumplir: el técnico le muestra en el pizarrón lo
que hay que hacer y se hace. ¿Para eso cobran millonadas no?
Si, y el fútbol corre el riesgo
de parecerse a un videojuego. Y los vinos, bueno, los vinos han mejorado, hay
que decirlo. No todo es nostalgia. Tal vez el asunto pase por lo siguiente: el
cambio es irreversible hasta nuevo aviso por lo menos, el mundo está cada vez
mas estandarizado y no hay marcha atrás, salvo un quiebre en la mimesis global
de modalidades culturales. Pero en ese panorama ¿habrá todavía lugar para
sorprender a Isabel con una intención que no sea obvia?
* LOS BÁRBAROS,
Alessandro Baricco. Editorial: Anagrama |
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