LAS FORMAS DE LA CULTURA PRODUCCIÓN / APROPIACIÓN
LAS FORMAS DE LA CULTURA
PRODUCCIÓN / APROPIACIÓN
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"Individuo" Piedra tallada y abandonada. 70 x 100 cm |
Empiezo diciendo que lo que entendemos por cultura
es un proceso en el que se trazan las distinciones con las que vamos
aprehendiendo lo que, después, llamamos mundo. El ajeno y el nuestro. El
aspecto que va adquiriendo, el sentido que le atribuimos, las relaciones que establecemos
con él y su estabilización: ya sea institucional o política. Todo ello mediante
distinciones y huellas, en cuya trama se supone que, cada cual, se va encontrando
con los lugares asignados, disponibles, denegados o rechazados y la consideración
colectiva que resulta de ello. ¡Ah! Y la movilidad social, claro.
Y no fuerzo demasiado las cosas si reduzco todas
esas distinciones a la categoría de formas. Formas eficaces para decirlo en
términos de Lévi-Strauss. Y puede llevarse esto lejos, hasta
considerar, por ejemplo, a la nación misma, como una de esas formas, y su sistema
de formas de gobierno. O
la educación formal
que distribuye las competencias necesarias para moverse en ese mundo de
formas. Y podría
seguir con las formas
de la familia, del amor, el comercio y, y…etc. Ellas se nos adelantan, tanto cuando se nos
imponen, como cuando se van disolviendo y ya no nos forman como antes. (Y sin
contar a los que presumen de ser resistentes a cualquier forma, y hacen de ello
una forma
como cualquier otra)
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"Aguada" Figura modelada y abandonada. 70 x 100 cm |
Es una
reducción, sin duda. Que me sirve para intentar introducir la siguiente pregunta:
¿Que fuerzas mueven a las personas a ir al encuentro con esas formas? ¿Ya sea con
pasión o rechazo, con miedo, curiosidad, muchas veces con culpa y otras con
rebeldía o también, pasiva y resignadamente?
Lo voy a decir
de un viaje, para estar acorde con los gringos: esa fuerza está hecha (cuando
podemos reconocerla ) de una mezcla de ganas: de ser, de tener, amalgamada con ambición
y orgullo que impulsa a la apropiación de esas formas. Esa fuerza se estimula
con el halo seductor que reverbera sobre las cosas y les atribuye una
sustancia. El tipo de sustancia cambia según las épocas: a veces es el oro,
otras el hierro, el petróleo, la cocaína y más recientemente el humo de los
asientos financieros. Pero también las sustancias mas etéreas, como la luz de
la pureza (de las utopías o de la raza, lo mismo da) la transparencia del
diamante spinetiano y los casilleros de
las membresías. ¡Ah! Y sorprende por su constancia en el tiempo, la carne.
Pero el
movimiento que impulsa a la apropiación no suele regirse por el sentido común, y
lo que guía la atracción o el rechazo de esas formas conserva una cuota de
misterio y de franca contradicción con aquel sentido. Tendencia que desvela a
los comerciantes de formas que procuran capturarla para sus fines.
Podemos
utilizar de ejemplo algo que pareciera estar muy lejos de este ensayo sobre las
formas de la cultura, me refiero a la masiva apropiación de tierras en Comodoro
Rivadavia. Es claro que la tierra es una necesidad básica. Y tomarla como tal
es imprescindible para quienes tienen que encontrar una salida al asunto. Pero,
también puede tomarse por otro lado, uno que muestre como, la apropiación ha sido la forma determinante del
poblamiento en nuestra región. Y cómo aquí, la condición formal de propietario
- condición de alta consideración social en otras regiones - capaz de aportar la
apetecida marca de pertenencia ligada al linaje y la tradición: esa condición
de propietario aquí, lleva la marca de una especie de precariedad, cuando no de
franca sospecha. Que ¡paradójicamente! estimula más las ansias de apropiación.
- ¡¿Qué?! ¿Y me va a decir que no es cierto? Si acá prefieren pagar
una camioneta carísima - pero igual a la del patrón - antes que pagar una casa.
¡Total se meten en un terreno y después que los vayan a sacar!
(Así discurren
los arregladores de mundo cuando se reunen en el Café De Los Angelitos, a
tratar a las casas y las camionetas, como formas, antes que como objetos)
Podemos
considerar otro caso que está en las antípodas de este, se trata de una
discusión habitual en el ámbito de la gestión de cultura (1). En algún momento
se entiende que hace falta propiciar la producción de formas ligadas al arte
o el folclore, etc. Se entiende que hay una declinación de esas formas tradicionales
ligadas a una apropiación intima, como la lectura, o la pintura, en detrimento
de otras, propias del mercado, que no sufren de ningún decaimiento, hay que
decirlo.
Cuando se trata
de estimular la producción cultural no se presentan problemas, ahí el sistema de subsidios,
becas, premios etc. suele dar algún resultado, pero, cuando se trata de
considerar la recepción de tales producciones, aparece un problema que disgusta
a los “hacedores” como se les llama. Y es que lo que producen no parece
despertar arrebatos
de apropiación, por parte de las comunidades a quienes
supuestamente les están dedicadas. Entonces se le reclama al estado que haga
más esfuerzos para acercar las producciones a quienes las querrían, disimulando
el hecho de que, esas producciones necesitan de un esfuerzo para despertar el ansia de apropiación. Si comparamos
esa apetencia con la que despierta cualquier producto de la tecnología, más o
menos reciente, diría que es casi humillante para quien se dedica a alguna de
las belartes.
La novedad
podría explicarlo, como lo afirmaba Baudelaire hace ya mucho tiempo, pero la
novedad es la cara más externa de un fenómeno más profundo.
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Inscripción en un derrame de petróleo |
Volvamos a las formas y a su apropiación. Partimos de
aquella reducción de la cultura a un sistema de formas eficaces. Y lo eficaz no
es otra cosa que esa distinción que la forma traza en un campo previo
- primordial - si quieren, en el que sería difícil decir que es lo que había
antes de que la forma trazara su
distinción. En su momento, Lacan utilizó el concepto de primacía del significante,
para designar ese proceso. Tradicionalmente se atribuía al significado esa
capacidad de despertar las ansias de apropiarse de él. Sea una propiedad, un
título nobiliario o universitario o un bien cualquiera, cuya tenencia evocaba
un significado valorable despertando los apetitos por poseerlo.
Pero luego de
Faucault, Barthes, y el mismo Boudrillard con su sistema de los objetos, quedó
en evidencia el relieve de un sistema formal, cuya asunción - o imposición -
determina las relaciones, jerarquías y valores de una cultura. Y ese sistema
formal es exterior a los significados consolidados que conocemos como
tradición. Esto es mucho más visible en una cultura con poca tradición como la
nuestra, donde, las formas tradicionales que comenzaban a consolidarse, flotan
entre los fragmentos de las tradiciones caídas, las reconstrucciones, las
formas emergentes, las precarias, las adoptadas para la lucha y la resistencia.
Y las que no faltan nunca: las aparentes, las propias del disimulo y la bajeza
del perfil
Pero el asunto
es más profundo. Porque de todas las formas en juego, hay una que es primordial.
El eje de nuestra cultura y de nuestros afanes. Y por ello, la medida de todas
las demás formas: su matriz. Esa forma original, preciada y a la vez inasible,
es la propia forma de las personas. ¡Imaginen a esta forma como un bien del que
haya que apropiarse!
- ¡Ah, noo! ¡De ninguna manera! ¡Las personas tenemos un valor
trascendente, que no depende de ninguna contingencia! ¡Un valor sagrado si se quiere,
pero no hace falta ninguna forma para sostener ese valor - sin el cual - la
vida humana no tendría ningún sentido! ¡¿Me oyó?!
Sí, sí, lo oí,
pero no se ve mucha gente conforme con eso. Es más, si funcionara así no habría
conflicto político alguno. Habría una institución más o menos religiosa que
anotara y guardara el valor de cada cual. Que, justamente por su carácter mas o
menos sagrado, no podría valorarse. O sea: no tendría precio. Pero eso era en
otros tiempos.
-¿Y que tiene que ver el precio con la forma? ¡Ve! ¡Usted mezcla
todo y después se queja cuando lo acusan de barroco!¡Barroco y formalista!
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"Mojones" Toma directa. |
Esa es la
pregunta del millón. Pero ocurre que, esa permanente desviación entre lo que se
ofrece como atractivo y lo que atrae, es la fuente del valor. Ya dije antes que
los comerciantes de las formas pagarían, y de hecho lo hacen, fortunas si
consiguieran estabilizar esa fuente sin que perdiera su propiedad. ¿Se entiende
la contradicción? Para que siga drenando valor, es necesario que no se
estabilice, si se estabiliza pierde su condición de generar valor. Piensen en
cualquier objeto muy valorado del comercio de formas, Una vez que ese objeto ha
consumado el valor que portaba, se vuelve obsoleto y se hace necesario
renovarlo. Su precio decae, salvo que pueda pasar a la categoría de los objetos
de colección.
El problema se
genera cuando se trata de la propia forma de las personas. Y es que la forma
que asume la propia persona, capaz de despertar afanes de apropiación aún para
quien la soporta (lo que conocemos con el nombre elegante de autoestima) corre
la misma suerte que las otras en el mercado de las formas y termina teniendo un
precio.
¿Bueno? ¿Y que hay con que tenga un precio?
(Acá los
arregladores de mundo se ponen serios, porque una cosa es arreglar el mundo y
otra, muy distinta, arreglar un precio)
Ocurre que, si
ese precio se estabiliza, mata el anhelo de apropiarse. Tanto tienes tanto
vales. Y ahí se acabó todo.
- ¡Ah, entendí!: Si se cuanto vales, cuanto tengo que tener para
pagarte, ya no te deseo. Y pensándolo bien, no me parece que sea muy deseable
que tengas un precio, porque tal vez yo también lo tenga para ti. Entonces, ¿Qué
valgo de verdad?
Así es. Los
mismos norteamericanos que tienen una alta estima por la producción de formas
valiosas (y sus precios) pagan por este afán de apropiarse de la propia persona,
un precio importante: son el único país que tiene epidemias de personalidades
múltiples. Y es que, algo tan exquisitamente ambiguo como la experiencia subjetiva
(consideren el gusto y los disgustos, el amor y los deseos) no encajan muy bien
en los formas rígidas de las
personalidades. Entonces tienen que ampliar el número de modelos disponibles y
aparecen personas con dos, tres o más.
O sea: valemos
por lo que nos falta y lo que nos falta nos enciende la ambición de ir por lo
que nos falta. Vieja paradoja que funda el mítico aburrimiento de los ricos y
sus dudas sobre el amor. Y también las paradojas de la acción social, que, en
su afán de satisfacer convierten a las personas en objetos de necesidad, pero
por otro camino.
Para ir
concretando la forma de este
trabajo. La propia persona no es otra cosa que el collage, más o menos logrado,
de las formas con las que me he ido aprehendiendo. Las que me complacen y las
que me disgustan. Las que conozco y las que me determinan, aún sin conocerlas.
Cuando intento apropiarme de esas formas para asegurarme de que soy quien creo
que soy, me encuentro con la inestabilidad y la inconsistencia de las mismas:
pánico. O no soy quien creo o lo que tengo no me sirve.
Entonces: ahí,
donde me falta, valgo. Y al revés, donde lo que creo que soy, me desdibuja,
donde ninguna de las formas que adquirí o me encajaron, me sirve, ahí, se me
impone la creencia central de Occidente - la base de la sociedad - como quien
dice. Esa creencia es simple y reza así: si me falta a mí, es que lo tiene
otro.
- ¡¿Qué vamos a esperar?! ¡Vamos ya a buscar lo que es nuestro!
¡Ahora!
- ¡No! Mejor esperemos y seamos civilizados.
Y ahí vamos.
José Luis Tuñón
Artista,
Psicoanalista
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