LA ABANDONADA

Estos textos fueron publicados en el libro PASOS ENCONTRADOS, en la editorial TELA DE RAYÓN, 2012
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Le llaman Caleta Olivares pero podría llamarse Costa del Desquicio. Por todos lados hay diseminados restos del tiempo en que se extrajo petróleo en las playas. Aquí se la recuerda como una época heroica y las fotos de las pasarelas adentrándose en el mar adornan los despachos de los escribanos.

Hijos y nietos de aquellos trabajadores cuentan las proezas realizadas cuando niños, y el gusto con el que las recuerdan, parece guardar el poder que compartieron. Así fuese la módica aventura de adentrarse en un lugar al que, de no ser por aquellos puentes de caño y madera, no hubiesen llegado.

El escenario es magnífico, altas barrancas pulidas por el mar, playas inaccesibles de no mediar el riesgo y un horizonte que, de tan lejos, se pega a la imaginación impidiendo que los ojos no miren ya sino hacia adentro.

Es fácil imaginar la sensación de potencia que embarga esos recuerdos, aunque es dudoso que sean otra cosa que mitos individuales a la espera de alguien que los travista en verdades. Quizás entonces se olviden los dolores y el viento; los accidentes y las partidas. Pero no se crea que es piedad lo que esperan del historiador, después de cien años es embuste.

La caminata trascurrió en línea recta por el borde de la barranca. Cada tanto aparecían unos basamentos de concreto de los que sobresalían espigas oxidadas. Aun conservan las marcas de lo que sujetaban. Es conmovedor comprobar cómo, su robustez, se torna ridícula por el socabamiento del mar. En uno, que por su ubicación y por su forma evocaba un altar, puse unas piedras con una frase: DE SU DIOS SOLO SABEMOS QUE ABANDONA.

Pensaba en la sorpresa de los pescadores, y en los creyentes del Umbanda que utilizan las mismas playas para sus prácticas: el afán de unidad terminara por fundirnos a todos en un solo mito.

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