ME PASO UN CASO





Así es, me pasó un caso, y como no se que hacer, escribo; escribir me da un respiro, un orden que pone acá, en esta hoja de papel, unos hechos. En realidad se convierten en hechos al escribirlos, si no, no son más que unas anécdotas borrosas. Sigo convencido, después de tanto tiempo, que el arte está hecho de esos trastos, pequeños fenómenos, fragmentos de acontecimientos nimios, que pasan desapercibidos para cualquiera que esté inmerso en esta cultura vocinglera y sorda. Supongo que en otro tiempo - el de los carros de caballos por ejemplo - un acorde musical podía sonar diferente, o un matiz entre el verde y el pardo, de un cuadrito de Cezanne de cincuenta por setenta centímetros, tendría otro alcance. Pero, cuando el ojo es traccionado por una gigantografía del tamaño del frente de un edificio, y en esa desmesura no hay otra cosa que una imagen vulgar, no hay muchas oportunidades, al menos en ese terreno; si tengo una pequeña esperanza en el rumor, el susurro, incluso el chisme y otras formas que aún conservan, creo, un poco del poder de despertar interés (aunque, convengamos, el chisme tiene vocación de expandirse) Y también la escritura. Al menos podemos esperanzar que se lea. Por eso escribo, porque me pasó un caso.


No se si puedo darlos por enterados, pero hice unas cosas: obras de arte en realidad; piedras para ser más precisos, piedras escritas y talladas. Hace tiempo que trabajo en esto y no le encuentro la vuelta, ¿a que?, a que hacer con lo hecho. Hay un prejuicio, extendido, que indica que lo hecho en nombre del arte es valioso. O de otra manera: las cosas hechas en nombre del arte se dirigen al valor y lo transforman, incluso lo crean. Entonces cada vez que hago algo, un pequeño dibujo, una frase, no me parece un papel pintado, ni una anotación. No, parece que a su alrededor se generara una especie de aura que lo convierte en valioso. He probado tirar bocetos, romper dibujos o repintar cuadros, siempre me da un respingo. Estos son objetos que se guardan, no se tiran, son ¿especiales? nunca los vi especiales, al contrario, a veces me irritan por su falta de valor, y aún así tirarlos me da una especie de pavura, ¿Cómo algo tan valioso va a quedar por ahí, tirado?


En cambio las piedras que trabajo, ya estaban tiradas, yo las recogí y las traje, luego las tallé y después las tiré otra vez. Pero es un truco, porque las piedras escritas tienen todo un valor entre nosotros, un valor que las convierte en mensajes de culturas pretéritas, por ejemplo. Y no es difícil de entender que en ellas veamos esas culturas pasadas, sin poder evitar proyectar la nuestra en ellas, y a nosotros claro, que si nuestra cultura es importante es porque nos acoge a nosotros, ¿o no?


Y yo hago chistes porque me pasó un caso. Porque no se que hacer con el caso que me paso. Y el caso es que, en mi condición de artista, es decir: yo digo que soy artista y hago cosas de artista, me guardaba para mí una especie de impunidad. En el campo del arte yo hago lo que se me vienen ganas. Es más, se trataba de forzar un poco lo que de las ganas venía, para ir más allá y provocar el efecto del arte. Porque el arte es un efecto que surge de algunas cosas que hacemos. Un efecto en nosotros, en nuestra sensibilidad. Está bien, si, meter los dedos en el enchufe provoca un efecto y no es arte, al menos aún no vi que nadie lo hicieran en su nombre. Pero meter los dedos en el enchufe no es un pequeño fenómeno; puede ser cotidiano, pero no es pequeño. En su horizonte está el riesgo de ser dañados y eso es lo que lo agranda (¡nos daña a nosotros!) Y además no esperamos nada distinto de una descarga eléctrica, nada distinto de una estimulación n poco brusca. En cambio del arte no sabemos lo que esperamos, pero dejamos abierta una entrada diferente.


Aún así diría que en el arte no hay grandes riesgos. Al menos en el arte visual, aunque pensaba recién en los malabares de vanguardia. O en las performances dadá, con persecución incluida. Sin embargo creo que a quien le atraiga el riesgo en el cuerpo, lo buscará más bien en el campo del deporte y la aventura.


Claro que, decir nosotros es un decir, cuando yo busco ese efecto en el arte, estoy en ese nosotros, me junto con ese nosotros, anoche por ejemplo, en comunión con un músico extraordinario: en comunión con cientos de sensibilidades que, vaya uno a saber como vibrarían, pero en el montón de manos, de miradas, todas concentradas en las muecas gozosas de ese músico, había pocas dudas del nosotros.


En cambio en el caso que les cuento, el nosotros irrumpió de pronto, impensado. Imaginen al músico de la mueca oyéndose a si mismo. dividido entre artista y cuerpo. Diría un cuerpo a cuerpo, si no fuera una de las ficciones del arte, ya que, en el arte, el cuerpo del otro está mediatizado, por el arte precisamente. Quizás la música no sea un buen ejemplo, porque ahí, el sonido, que es sustancia moldeada en arte, entra en el cuerpo del otro. Se puede fantasear ahí con una comunión directa, entre los cuerpos del artista que segrega esos sonidos, y del oído común que los recibe. Más aún si el molde que da forma a la sustancia, lleva encima los signos de la historia de los cuerpos de los antepasados.


El cuerpo que ponemos en juego en el arte, está más cerca de la intimidad, del recogimiento, de ese interior más familiar que la casa, en donde guardamos nuestro tesoro más precioso. Es un cuerpo raro, no esta hecho de carne. Al menos no de la carne que se juega en un topetazo con un rival de noventa kilos. Esta es otra carne, más sensible, hecha de dolores y de vacíos. Más de vacíos que de dolores, porque creo que el dolor le da presencia, pero no se si más que eso. Pienso en las artes gritonas, sufridoras, que con un ojo sufren y con el otro calculan el impacto. No me gustan. Ya me cuesta oír a los Silvios con su empeño en el sufrir de América.
Ese rincón (otra manera de imaginarlo) siente. Y allí llegan solo ciertos fenómenos, pequeños casos en los que resuena ese pequeño tímpano guardado en nuestro pecho, (para quien lo guarda ahí, no descarto que otros lo guarden en el vientre, por ejemplo) Y como a mi me pasó un caso. uno que me dejó sin saber que hacer, justamente porque pasó ese límite que el arte protege, y por eso escribo.


Como artista tenía un truco, mi órgano sensible se dirigía a esos otros órganos, o al menos a su fantasía, ya que no se tanto de ellos, no me va tan bien como para alardear de conocer ese territorio. Era más bien una apuesta, que a veces funcionaba y otras no me enteraba. Una apuesta por alcanzar ese paño húmedo del pecho de otro, y…no se, no se que quería hacer ahí. Más bien creo que con alcanzarlo me alcanzaba. (Oh, piruetas de la lengua) En otra época, hace tiempo (M. decía el otro día que, entonces, me divertía) las obras tenían una forma de chiste, de sorpresa, a veces de broma pesada, pero igual eran ganas de llegar, de ser oído. Pero no con el oído de siempre, el común, EL VULGAR, incluso. No, de ser oído con ese tímpano pequeño, que recoge los fenómenos sutiles, las pequeñas vibraciones que el arte protege.
Les contaba que tallaba piedras, con mensajes, y las dejaba por ahí, donde un caminante pasara inadvertido. La piedra le saldría al cruce con su enigma, y el caminante, perplejo, evocaría el arte ¿Qué tal? (lo curioso es que hiciera esto en nombre de la resistencia a la imbecilidad) Aunque no podría sostenerlo en cualquier ámbito, era mi esperanza. Y más allá, que hay que desconfiar de los humildes, mas allá de la huella perdida que funda el relato, era en el rumor, el comentario de lo hecho, donde ponía mi esperanza:

- ¿viste lo que hizo?, la dejo ahí, ¿y si la encuentra cualquiera?

Ese dialogo resonaba en mi rincón y con deleite. ¿Cómo no? Imaginen, protegido en las siete llaves del arte, paseándome sin temor por ahí, por donde circulan los demás, y a resguardo de exabruptos y chistes gruesos.

- ¿Pero que delicado, che? ¿tanto lío por los otros? ¿No oíste decir que el buey solo bien se lame?

Parece que no, aunque no lo pareciera, porque claro, mi truco de artista, la forma incluso de la piedra, su dureza: su cerror hermético, su grano frío de piel, y más: su aislamiento, bueno, todo eso no parecía desear caricias, o aperturas. Yo no lo hubiera admitido tan fácil, hubiera cargado todo a la cuenta del arte y sus ficciones.


Pero me paso un caso. Y esas piedras que presumía de abandonar, con el escándalo que brota de irritar lo sagrado, esas piedras que exhibía como mías con deleite, suscitaron un acto: alguien, alguien que no conozco, y sin embargo intuyo tan cercano, intimo, se llevó una piedra de donde estaban expuestas. En nombre del arte supongo; y escribió un anónimo, por el cual me enteré del abandono invertido. Al leerlo, al ver las fotos que tomó, se invirtió la escena, y en el rincón protegido entró lo incierto: el extranjero que llevamos dentro.


Y escribo para dar valor, igual que en el arte, a esos fenómenos pequeños, inciertos, intrascendentes de tan nimios. Me pregunté quien podría ser, busqué la letra, no supe si enojarme, si sentirme descubierto o estafado incluso. La pregunta me inundó ¿quien me creía? o mejor: ¿Por qué me creía a salvo de la misma operación que yo le hiciera a otros?


Por ese acto fui, de nuevo, convertido en cualquiera. Pero ojo, que haya sido convertido en cualquiera, no dice nada de la frecuencia con que esto ocurre. Cuando voy por ahí y veo una muestra de arte, salvo que me tope con una obra de verdad, no me pasa demasiado. El grueso de lo visto es ganga, ¿saben que es ganga? es la piedra en la que viene mezclado lo valioso, el oro por ejemplo. Entonces creo que el encuentro con el arte es infrecuente. Y cuando ocurre, nos convertimos en algo diferente de un espectador de rutina.




Lo excepcional de este caso es que, al modo de un rayo de luz, que se encontrara en su camino con un espejo, y volviera por donde vino a herir el ojo del que mira, la obra que hice se invirtió hiriéndome a mí con su eficacia. Así ocurrió. Y quien lo hizo, además, tomó las fotos que yo mismo hubiera tomado. Sin tantas precauciones estéticas, es cierto, pero aún lo común de sus fotos, acentuó más el efecto. La piedra en cuestión tiene un grabado sencillo, es la palabra O Y O, pero escandida de tal modo que también parece una alternativa: o yo, y un signo de interrogación que materializa la pregunta: o yo?


Quien hizo el acto, tomó cuatro fotos que acompaño de unas leyendas. En ellas pone voz a la piedra, y le atribuye una reacción a mi propósito de abandonarla. “Ya te oí” me dice, y me trata por mi nombre, luego de lo cual me anuncia que, después de pensarlo, ha decidido hacerme a mí lo que yo le hubiera hecho a ella. Casi al modo de un anticipo de ruptura amorosa, en la que, la amante, ante el dolor de ser abandonada, se anticipa. Primera novedad que me golpeó: no había considerado que la piedra desnuda y fría que trato como un objeto, atrae la sensibilidad de quien se acerque. ¿Y que quiere decir que atrae, sino que, el que se acerca borra la distancia entre su tímpano sensible y el objeto que le ofrezco? O sea que, en ese punto que yo ignoraba, hay una voz, una voz otra que prolongó el movimiento por mi iniciado. Y claro, como el artista y la obra se distancian, me puso frente a ella para que reciba mi mensaje invertido. Así me convertí en cualquiera, el privilegio de un cualquiera.


Esa ignorancia es la que al comienzo de este testimonio definía como “cierta impunidad”, pero no es desaprensión, ni descuido, no, todo el arte llamado “de vanguardia” se apoya en ella, en el esfuerzo que se le pide a quien se acerca. No se le ofrecen las mieles de la identidad, o de los sentimientos, no, en su lugar se le ofrece otra cosa, un objeto cualquiera, un borrón de pintura, unos sonidos chirriantes o unos movimientos “expresivos”, en cualquier caso, el que se acerca se ve sorprendido en su buena fe, si es que existiera tal cosa en el arte. La polémica entre la propuesta de Mallarmé y la de Apollinaire, tiene entre nosotros ecos cada vez más actuales.


Pero, en el caso que me ocupa, hay mucho más. Por lo pronto un franqueamiento directo. Quien lo hizo debió apropiarse de la piedra y sacarla del lugar donde estaba protegida. ¿Y que se protegía?, su propiedad. Nada menos. En esta cultura, vocinglera y sorda, la propiedad es el Dios por excelencia. Y la obra de arte es la excepción que hace que el tener, tenga valor. De otro modo tener tendría cualquiera, otro cualquiera. Un cualquiera cualquiera, por decirlo de algún modo. Un cualquiera sin ningún valor. Esa operación por la cual, un cualquiera adquiere valor, la hace el arte, también el amor hay que decirlo.

- Que suerte tengo de tenerte, dice el amante.
- Que miedo tengo de perderte, dice el amado.

Pero entonces, para ir cerrando el caso, mi doble artista, quien me doblo la apuesta, realizando la ficción que sostenía la obra. Quien tuvo el (valor) de apropiarse de ese objeto, investido de un valor que no es cualquiera, superior al de una joya, pero también cercano al desecho más infame, esa artista, mujer sin duda - que hace falta un plus para hacer lo que hizo - un plus que un hombre, formado en formas milenarias, entre las cuales apropiarse de un valor tiene reglas (formas) que no se fuerzan en vano, formas que una mujer desprecia, ya que su distancia con la propiedad es siempre relativa; esa artista, que ha sabido tocar mi femenino tímpano, como solo una mujer podría hacerlo, esa artista que no se si aún tiene la piedra o ya la ha abandonado, hizo caer los velos que sostenían el mío, el acto mío: el de la distancia con la obra; el de la propiedad de la misma; el del valor de lo hecho; pero sobre todo uno, uno que sostiene la garantía de todas las ficciones de nuestra cultura, que hace que cada cual, a su turno, se sienta cuerdo, y que la línea que demarca la frontera entre el disparate y lo sensato se conserve; esa ficción es la del autor: doble del propietario de objetos, de valores, de obras, de yo, o yo… ¡¿ oyó!?


Ojala la abandone bien, y no me lo diga nunca.


Foto 1: DARWIN, piedra tallada y abandonada. Fotografia toma directa, 70 x 100 cm. 2009
Foto 2: PADRE POLVO, piedra tallda y abandonada. Fotografía toma directa, 70 x 100 cm. 2009
Foto 3: ¿O Y O?, piedra tallada y...Fotografia color, toma directa (a cargo del artista extendido)13 x 15 cm. 2009 (

Comentarios

  1. Como dice paul Valery en Eupalinos o El Arquitecto:

    “Un día, querido Sócrates, del mismo tema hablé con mi amigo Eupalinos._ Fedro -me dijo- cuanto más medito sobre mi arte, más lo ejerzo; cuanto más pienso y obro, más sufro y más me alegro como arquitecto; y más sentido de mí mismo cobro, con claridad y goce cada día más ciertos.En mis largas esperas me extravío; de nuevo doy conmigo por las sorpresas que me causo; y mediante esos grados sucesivos de mi silencio, voy avanzando en la edificación de mí mismo; y me acerco a una correspondencia tan exacta entre mis anhelos y mis facultades, que me parece haber convertido la existencia que me fue otorgada en una especie de obra humana. A fuerza de construir – me dijo sonriente- creo que acabé construyéndome a mí mismo.

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  2. Pablo Villagra dijo...
    de alguna manera, de algun modo, debo de re leer todo lo expuesto...si, me sorprendio y quiza me sorprendiste, como la PIEDRA...y ella en su acto de rebeldia, mordio el anzuelo y quiza vos creiste que nada ni nadie lo haria, pero sucedio, como suceden las "cosas" y la ofensa del no tocar lo inmaculable, aposto doble o nada....¿como seguimos jose Luis?....un abrazo

    16 de diciembre de 2009 04:23


    Pablo Villagra dijo...
    mmmm esto era para el primer texto, disculpa donde lo ubique

    16 de diciembre de 2009 07:25


    JOSÉ LUIS TUÑÓN dijo...
    me gusta particularmente que ya demos por sentado que se trata de "ella". En todos estos días me llamaron amigos y para mi sorpresa todos tenían pensado una persona que podría haberlo hecho ¡todas distintas! me queda a mi ver si puede trazarse alguna línea común entre ellas.
    Pablo pregunta ¿como seguimos? en mi caso creo que el arte tiene una chance en utilizar su propiedad fundamental:no sirve para nada, y mucho menos para excitarse de cualquier manera, que es el valor por excelencia (la tan apreciada adrenalina) en ese campo Tinelli, con la oferta anal standar, lleva las de ganar y no creo que pueda competirse con él y sus émulos.El "pum para arriba" es de él. Pero si se asume lo que aún queda de prestigio del arte, porque convengamos que aunque van ganando, siguen creyendo que lo que hacen es berreta y que el arte es otra cosa, aunque se burlen de él, es la burla del dueño de la pelota, decía: si se asume lo que queda de prestigio del arte y se lo propone como un sintoma de la cultura, si se procura poner un palo en la rueda de la satisfacción garantizada, estaremos en el camino de siempre. La famosa sonrisa de la Gioconda sigue dando que hablar porque nadie sabe de que se rïe, a dife- rencia de Tinelli, del que siempre sabemos de que se rie, porque se ríe siempre de lo mismo. El camino es salirse de siempre lo mismo. Hay que inventarlo, y BANCARLO: pasar por boludo, porque el vivo es él, que factura, pasar por loco o "hippie" como se le dice ahora. y poner cara de que se sabe lo que se esta haciendo. Tambien pasa que viene alguien y se lleva una obra y te sorprende. Pero hay que seguir haciendose problemas. Para que entiendan todos y hacerla simple, esta Tinelli.

    16 de diciembre de 2009 17:06

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  3. creo sinceramente que el abandono fue producto de un rapto

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  4. se me ocurre pensar, además que entre tinelli y los que piensan , o mejor dicho los que no piensan como tinelli hay un amplio abanico, es interesante empezar a desplegar ese abanico y escuchar en ese caso hasta las piedras pueden hablar

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  5. tal vez me pongo fastidioso, pero no quiero considerar a tinelli en el arco que se abre, no me parece que la intenciòn tinelli (que no es él, es una direcciòn de la cultura bien marcada)sea abrir ningún interrogante, por el contrario, creo que procura cerrar, poniendo en ese lugar la consigna: "dejemonos de joder, la cosa es simple, hay que pasarla bien, y acordarse de que hay valores" Y en cuanto a hablar, es como tratar de hablar en serio en una despedida de soltero, se c...de risa, y esa risa es altamente dañina: facturar a cambio de reirse de todo. Avise que me pongo odioso.

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  6. me refiero claramente a los que no piensan, sienten, hablan, como Tinelli, más allá que demomeizar a uno es cerrar el debate en una cosa chiquitita, quiero decir que hay mucha gente que no piensa como Tinelli y ese abanico es mucho mpas amplio que los Tinellistas, que sería bueno que ése pensamiento se viera desplegado de algún modo en nuestra ciudad QUE ALGUN PENSAMIENTO SE VIERA DESPLEGADO DE ALGÚN MODO EN NUESTRA CIUDAD, todos creo que nos quejamos por lo bajo y eso enquista y definitivamente TAMBIEN ME PONGO ODIOSA

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  7. La verdad es que estaría bueno que se manifestara ese pesamiento que se queja por lo bajo. En la red de blogs encontre varias cosas interesanetes. La macana es que se reduce a internet, pero es un recurso mas que interesante.
    Respecto a que demonizar cierra el debate, es cierto, pero tambien la fe en mantenerlo abierto me merece mis reparos. En principio porque este recurso - al debate - ahora lo gano la franja tinelista, que puede hacer gala de su buena disposiciòn al diálogo, incluso dar clase de como debe hacerse. Y como entiendo que unos modales un poco mas bruscos los irritan, "aumentar el contraste" (despues de todo este es un blog de arte) para dejar al descubierto los bordes y las fracturas, me parece útil. Es cierto también que la irritaciòn se expande. ¿Pero esto no marca el regreso de la dimensiòn politica a lo cotidiano? Y que desde esta perspectiva Tinelli es más que un programa de entretenimientos. O mejor: que los entretenimientos son ahora una dimensiòn politica. Tal vez en el fondo todo esto no sea mas que resentimiento, ese papel me hubiera gustado para el arte.

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