INOCENTES
Un modo de anotar algunas impresiones que me causó la película Relatos Salvajes que vi el sábado pasado en el Cine Coliseo. Más que la pelicula, que me pareció muy buena, lo que me movió a curiosidad fue la reacción del público.
Fui* a ver Relatos Salvajes, una
película del director Damián
Szifrón y las actuaciones de varios artistas como Ricardo Darín, Erica Rivas y
Darío Grandinetti. Además de ser una muy
buena película parece que es, también, un éxito comercial ya que encabezó la cifra
de asistencia a salas de cine con más de
cincuenta mil espectadores. Y no me extraña, ya que se trata de una película
hecha para gustarle a mucha gente. ¿Cuánta? ¡Huy no sé!. En otra época no hubiera
vacilado en decir que tanta como para reconocer en ella a la inefable clase
media argentina. Pero hoy no; lo que llamábamos de ese modo está atravesando
otra profunda remodelación de su gusto, pero también de sus límites.
Desde hace un tiempo trato de escribir
sobre acontecimientos que muestren aquello que Saer llamaba, la localización de un universal. Sólo desde esta perspectiva tiene sentido,
para mí, escribir sobre esta película, ya que no se trata de un fenómeno
estrictamente local. Pero al verla me interesó la reacción del público: risas y
aplausos ante situaciones que en otro tiempo hubiéramos llamado trágicas. Ese nombre
no se refería solamente a las desgracias ocasionales de la vida, se refería
también a la posibilidad de llevar a la ficción esos dramas. Ese género, llamado
precisamente dramático, ponía en escena las encrucijadas y dolores de la vida y
preparaba para las decisiones que hubiera que tomar. Y se me ocurrió, mientras
miraba la película, que este público se reía porque había perdido esa capacidad
que solíamos llamar, un poco pomposamente, sentimiento trágico de la vida. Y creo
(lo digo yo, no se dice, al menos
directamente, en la película) que lo perdió en el esfuerzo por aferrarse al
bienestar y huir de cualquier cosa que parezca amenazarlo, y esto, paradójicamente,
los llena ahora de miedo.
La película muestra una serie de relatos
cortos alrededor de situaciones de apariencia normal, pero que evolucionan,
rápida e inadvertidamente, a una tragedia. El tono de la narración es
ambivalente y oscila entre el golpe directo y hasta cruel, y el toque de humor
que permite distanciarse, sin permitir jamás que se vuelque en uno u otro
sentido. De ahí que las carcajadas tuvieran al comienzo un tono nervioso o
inoportuno que se fue disolviendo sobre el final, cuando la risa ya había ganado
el consenso. Se podría decir que el director ha tenido la maestría de mantener
a una distancia exacta a ese espectador al que va dirigida la película. ¿Y cuál
es ese espectador? ¡Huy!… otra vez no sé; pero sí puedo decir que es un espectador
que ha fantaseado a menudo con los temas que la película le presenta. Las risas
que mencionaba al comienzo eran de alguien que ha sido descubierto en un
pensamiento reservado. Y los chistes que hicimos al salir de la sala, giraron
alrededor de cuántas veces se nos había ocurrido, al menos a mí, hacer explotar
la sede de una empresa de telefonía. Y, cuando se consideró la posibilidad de
que el ente recaudador de impuestos corriera la misma suerte, hubo aplausos en
la sala.
Se trata de un espectador acostumbrado a tejer
fantasías con cierta violencia, y fundamentalmente fantasías de venganza (hay
otra palabra más precisa pero casi no se usa: retaliación). Como las fantasías
de venganza son reversibles, se puede inferir que también es un espectador que
tiene miedo. Uno de ellos es que eso que fantasea se le haga realidad de
inmediato. Precisamente porque a este espectador, que intento reconstruir, se
le ha ido borrando la diferencia entre su fantasía y la “realidad”. Y esta es
otra manera de decir que ha perdido el sentimiento trágico de la vida.
También se puede decir que, este
espectador, está familiarizado con los modos de vida de las personas de buen
pasar, los autos de alta gama y la vida en las ciudades. Ya sea porque accede a
esos modos o porque los ha visto en las publicidades que le llegan. Sabe de
viajes, incluso de invitaciones a eventos con pasajes pagos. Frecuenta los
códigos sociales que hacen que una fiesta de casamiento, por ejemplo, esté
guionada para que todos parezcan felices (feliz expresión de una amiga con
quién compartí la película).Y sabe la cifra suficiente, para nada
extraordinaria pero abultada, que hace falta guardar para tener con que
responder a situaciones extraordinarias, y a ello le llama tranquilidad.
Por ello este espectador es especialmente
sensible a lo que pudiera perturbar esa seguridad que tanto aprecia. De aquí
que adopte una actitud defensiva, hecha de modales y gustos que le indican
quienes comparten sus afinidades y rechazos. Establece así una barrera, profundamente
estetizada, con la que traza distinciones entre comunes y ajenos. Entre los
primeros espera conservar y hacer reconocer los bienes que disfruta, mientras
que a los segundos les teme y los rechaza.
Esa barrera, que tiñe con un sentido
rudimentario el mundo que lo rodea, también lo expone frecuentemente a un sentimiento
de perjuicio, pero también a una especie de inocencia estructural.
La barrera que sostiene su posición es la
misma que separa lo público de lo privado, y ocurre que está siendo
continuamente remodelada por el mercado. En efecto, el mercado vende los
emblemas de bienestar y seguridad con los que se siente reconocido, pero se los
vende a cualquiera y ello paradójicamente rompe, desde adentro, la chaveta en
la que está enganchada su seguridad.
A medida que esa barrera se va debilitando por la homogeneidad natural
que aporta el mercado, los sentimientos de amenaza e inocencia se tornan más
perentorios. Esa es la cuerda que la película agita y provoca todo el tiempo.
Por ejemplo, y para entrar en el tema: el
primer relato muestra a los pasajeros de un avión, cada uno en su asiento,
protegidos del vecino por esa barrera que nos separa e individualiza. De pronto
algo en común entre ellos se revela y sobreviene el pánico. Y lo que se revela
y los reúne, es el modo en que, cada uno de ellos, a su turno, ha discriminado,
como diríamos hoy, a una persona, señalándola como anormal (“ese muchacho tenía
un problema” es el modo elegante en el
que todos coinciden). Por oposición ellos se consideran a sí mismos normales.
Normales e inocentes. El pánico cunde en el mismo momento en que se revela lo
común y la venganza que va a consumarse en ellos. Se ve cómo desde el comienzo
de la película se introduce el miedo a una venganza llevada a cabo por un
resentido. El término es usado en la película misma.
Por esto es que en otro tiempo hubiera
dicho sin ambages que es una película hecha para el gusto de la clase media,
porque pone en escena su fantasma predilecto: Uno, que se jode por ser bueno y
que cuando se cansa se desborda. Uno, que uno de estos días pierde la paciencia
y arma un kilombo. Pero Uno, que secretamente cree que es un gordito que no la
está pasando tan mal*** y fantasea que hay otro, que sí la está pasando mal y
que va a venir, tarde o temprano o a buscar venganza, o a robarse lo que Uno
goza. ¿No les resulta familiar?
Esa estructura narrativa es un fantasma y en
otra época hubiera evocado lo que llamábamos clase media, porque en él se condensan
todos los sentidos que daban consistencia a ese grupo.
No voy a contar los episodios de la
película, pero como en ella los relatos se anuncian sin demasiadas vueltas,
puedo nombrarlos sin decir nada del desenlace. Después del relato de los
pasajeros del avión (fantasía que resuena en aquel famoso y ya olvidado Septiembre
11) la película sigue con el encuentro entre dos viajeros perdidos en una ruta
solitaria del norte salteño, uno en un auto de alta gama y otro en un 504
marrón y desvencijado, cargado de implementos de trabajo. Un chichoneo
alrededor de quien pasa a quién; y si van a verla se van a enterar cómo
termina. Sigue el relato de un accidente de tránsito, con gran repercusión periodística,
incluidos muertos y huidas indignantes que parece confirmar la convicción de
que esas cosas se arreglan apelando a aquella suma reservada por cualquier cosa.
Luego un ingeniero en demoliciones, muy ocupado, a quién la grúa le lleva el
auto y pone en escena el encuentro entre su inocencia estructural y su furia. Una
mujer perjudicada que tiene la oportunidad de vengarse de uno de esos
personajes inescrupulosos, tan abundantes en nuestros pueblos y que suelen
dedicarse a la política. Por último el relato de uno de esos casamientos
(pueden ser cumpleaños de quince o de sesenta) muy guionados, hechos por las llamadas
“empresas de eventos” y en donde, con tanto guión, la “realidad” se torna
amenazante.
En fin, nada que no haya conocido
cualquiera de nosotros. Porque cualquiera es un buen nombre para ese Uno. Ese Uno
que es bueno y por eso lo joden, pero un día pierde la paciencia y… mire donde
termina. Porque al final se jode Uno ¿vió? Y si bien fantasea que rompe todo,
termina como el bueno de Favaloro y su insondable inocencia. Porque es siempre
lo mismo (¡y ojo que es una ironía!) paga el inocente.
* “RELATOS
SALVAJES” Exhibida ayer, 23 de agosto de 2014, en el Cine Coliseo. Comodoro
Rivadavia.
***
Referencia a una frase de Alfonsín que hizo su camino “a vos no te va tan mal
gordito” Hoy tal vez lo hubieran denunciado al INADI.
Qué se yo...!
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